Tras realizar la que seguramente sea la adaptación de un libro más exitosa de la historia del cine, el cachondo de Peter Jackson debió pensar que, puestos a batir récords y ante la imposibilidad de superar su obra magna, lo adecuado era gastarse la millonada más bestia posible en una película coña a más no poder. De serie B pero con presupuesto de Champions league, vamos. Y le ha salido bien la jugada, oigan. De hecho la película se me pasó volando, y hacía tiempo que no me reía tanto en el cine (creo que desde Prometheus, otra que tal anda).

¿Y a cuento de qué el suspenso, pues?, pensará el alma inquieta y suficientemente aburrida para leer esta crítica. Pues porque, señores, las batallas ridículamente divertidas, las sobradas y fantasmadas, los romances autoparódicos, los personajes tontunos, todas estas cosas propias de divertidas películas fantásticas de bajo presupesto, todo esto, lo ha metido en la adaptación de un libro entrañable, de un pilar literario de mi infancia. El libro que me introdujo en la Tierra Media mucho antes que la trilogía de Jackson conquistara el mundo. El libro que me abrió las puertas a un mundo de fantasía inabarcable, que me permitió conocer a personajes entrañables, valientes o temibles. Elfos, enanos, hobbits pasaron a ser seres mucho más cercanos que muchas de las personas que por aquel entonces me rodeaban.

Aunque hayan pasado más de 15 años desde que me introduje en el mundo de Tolkien, y aunque la película mantenga el ritmo y me entretenga moderadamente. Lo que queda del crío de 9 años que devoraba esas maravillosas historias no puede consentir que Legolas se convierta en un Terminator destroza-orcos, que una elfa y un enano se enamoren provocando el cachondeo del respetable, que las batallas parezcan salidas de la playstation 3 (y algunos planos de la megadrive casi), que unos pocos enanos hagan retroceder a un ejército entero de orcos, que éstos, en vez de dar miedo, provoquen risa cuando no pena ante sus niveles de estupidez. Que los fondos digitales reemplacen a la bella Nueva Zelanda. Que, ante un escenario de muerte y desolación, Gandalf se siente a fumar una pipa y se eche unas risas.

Mi "yo" de 9 años jamás podrá aprobar esta película.