Incomprensión, dibujos, superpoderes, pubertad, incompetencia paterna, destrucción.

Una pareja que vive en el campo y no puede tener hijos biológicamente ve como un bebé cae del cielo a la puerta de su casa. Los observatorios habían seguido la trayectoria del “meteorito”, pero a nadie se le ocurre ir a visitar el lugar del impacto. Y los únicos testigos no solo no avisan a las autoridades o a algún especialista, sino que deciden adoptar al alienígena (no me explico mediante qué procedimiento) en vez de adoptar a una chinita o un haitiano.

Hasta aquí, nada que diferencie la historia de “Brightburn” de la de Superman. Hasta han puesto al niño un nombre con gancho de cómic: Brandon Breyer.

Los problemas llegan cuando los padres empiezan a intuir de lo que es capaz su hijo y no tienen estrategias para gestionarlo, lo cual ayuda a dar a este Superman un trasfondo más oscuro y realista, menos edulcorado.

Por desgracia, “Brightburn” es de esas producciones que dan por hecho que con una idea atractiva es suficiente, y se conforma con un guion perezoso que se sigue con poco interés. Contribuyen a su fracaso unos diálogos gastados (que no funcionaban ni cuando se inventaron) y una revisitación de lugares comunes del cine de terror y del cine superheroico sin llegar a ser ninguna de las dos cosas. Al menos la salvan algunas imágenes de sangre bastante logradas (una mandíbula por aquí, un ojo por allá...).

La frase: «A veces cuando a la gente le ocurren cosas malas es por alguna razón.»
El personaje: la “novia” (Emmie Hunter) de Brandon; pese a que empieza haciéndose repelente, va ganando.
La escena para el recuerdo: los créditos finales (sospecho que habrían sido mejor película que todo lo que nos hemos tragado antes).

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