Sumergida en embriagadora melodía de jazz que M. Davis firma, la película desgrana nota a nota acordes de sospecha que siembra la duda, ponen un nudo en la garganta y tuercen los hilos del destino para que se enmarañen en el galimatías del azar.
Ante una lluvia incontrolada que arrecia o amaina a capricho, sólo existe la opción de dejarse llevar, no oponer resistencia y aguantar el chaparrón porque cada momento lo forman instantes de relojes distintos que nunca señalan la misma hora.
Así se construye un thriller.

Cada espectador ve lo que quiere ver, cada indicio posee dos caras, cada evidencia tiene valor parcial y las conclusiones siempre son provisionales. L. Malle trabaja sobre seguro porque tiene todo a favor: una historia magnífica, grandes intérpretes y un guión exquisito señalan el camino desde el comienzo.

El resto resulta sencillo: basta seguir la pista.