Se puede amar u odiar a Madonna pero incuestionablemente su energía, su estrella, la luz que desprende su más que estudiado personaje es innegable e ineludible. Yo me encuentro entre los primeros. Me encanta lo que ha conseguido una tipa feucha y con no demasiada voz: convertirse en la indiscutible reina del pop, lugar del que a sus 50 y pico tacos nadie ha logrado desbancarla.
Pues bien, este documental, bastante denostado en su momento, no sólo gana con los años, sino que nos sirve de perspectiva, de lugar desde el que observar en la lejanía los entresijos de la mejor gira de la artista, Blonde Ambition. Y ese es su máximo valor, el de ser testigo fiel.
Momentos impagables, como el tonteo con Banderas ante la Leza, la burla en la propia cara de Kevin Costner o cualquiera de los momentos en los que la estrella se aleja del estrellato y se nos muestra como nadie la imagina, humana, repulsiva a ratos, si, pero humana, hacen del documental una pieza de mucho más valor del que el propio director, seguro, esperaba.
Lo mejor: Su aire de vericidad absoluta.
Lo peor: El personaje eclipsa a la persona. A ratos, demasiado.