En una noche lluviosa, la policía de Nueva York rodea un edificio para controlar un asalto con rehenes. Al irrumpir en la estancia, se encuentran con un ladrón tras una máscara con la cara de Donald Trump. Y entre todo el caos, aparece Leo Harlem, desentonando completamente con la escena, liderando la misión.

Este primer clip, inspirado en las películas americanas, crea unas expectativas equivocadas sobre el film. La audiencia puede esperar una trama llena de acción con momentos que desencadenen alguna carcajada. Sin embargo, tras el inicio, el ritmo decae por completo y la narrativa tarda en volver a arrancar. Además, debido a la duración, la cinta acaba haciéndose larga.

Es curioso cómo contando con buenos actores, escenarios prometedores y un buen rodaje, el largometraje no consigue provocar risas en el espectador. Las situaciones resultan evidentes y los gags forzados. Ni la comisaría con alta tecnología, ni el papel de Jordi Sánchez –un rol divertido–, ni los presos zen son suficiente para despertar la hilaridad. Incluso la interpretación del comediante se resiste.

No obstante, Superagente Makey es una aventura con un tono muy familiar, que mezcla acción y comedia y permite pasar un rato entretenido aunque sin ser desternillante. Entre delitos urbanos y diferentes arrestos, destaca la importancia de la relación de un padre con su hija.

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