Una aversión entre hermanos que ha durado varias décadas daba pie a muchos interrogantes y varias líneas argumentales sólidas de camino a la posible reconciliación. Sin embargo, el guion de Asuntos familiares va a la deriva sin querer evitarlo y deja una historia en la que solo hay odio, sin motivo aparente.

Por ello, este espectáculo de lloros, gritos y ojos humedecidos resulta afectado y absurdo para el espectador, que va perdiendo poco a poco el interés en el porqué de esa enemistad. Al final, el público deja de intentar averiguar qué pasó o cómo evolucionaron así los personajes pues parece poco probable que la cinta responda. Y, al acabar, uno acaba preguntándose no solo por qué sollozan los personajes sino, en general, el porqué de esta extraña película.

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