El expediente fílmico del veterano realizador danés Bille August tiene suficientes premios y distinciones (del Oscar de Hollywood a Cannes pasando por los BAFTA) como para no admitir dudas sobre su maestría. Del mismo modo, su largo historial tampoco ofrece dudas sobre la diferente calidad de sus proyectos, que, llegando alguna vez la excelencia, también se queda en ocasiones en un simple aprobado.

En el caso de La impaciencia del corazón nos encontramos con una película notable pero no sobresaliente. La impecable novela de Stefan Zweig de la que esta cinta es una adaptación, ofrecía a August una materia prima con la que, podríamos decir, ya tenía más de medio camino recorrido.

El director danés completa el proyecto procurando una puesta en escena y una dirección artística exquisita para honrar debidamente al novelista austriaco. La recreación de la Europa de comienzos del siglo XX, en los momentos previos a la Gran Guerra, está cuidada al máximo por medio de líneas nítidas y limpias, encuadres claros y un vestuario elegante e impoluto. Toda la dirección artística y la correctísima interpretación de todo el elenco, en especial el omnipresente Esben Smed que interpreta a Anton, dan al largometraje la seriedad y compostura que el relato requería.

A lo largo de la narración van saliendo temas habituales en las páginas de Zweig y en las imágenes de August. Guerra, educación, clasismo, cobardía, amor, mentira, verdad… El guion los desarrolla con bastante claridad pero, inevitablemente, con menos profundidad de la leída en la novela y sin recurso alternativo para ajustar la adaptación.

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