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Voto de Fej Delvahe:
10
7,2
479
Bélico. Drama. Romance
Primeros años de la Revolución Bolchevique. Una unidad del Ejército Rojo lleva a cabo una operación de exploración en los desiertos del Asia central. Con los soldados viaja María, que destaca entre los mejores francotiradores de la unidad. En la última operación hace prisionero a un soldado de Ejército Blanco. La situación en la que se encuentran hace surgir una compleja pasión entre quienes son enemigos de clase. Historia de amor que ... [+]
26 de julio de 2010
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia que nos presenta la película "Sorok Pervyy" o "El cuarenta y uno" transcurre primeramente sobre la aridez desértica habida entre los lagos Caspio y Aral (también llamados mares) y más tarde en las orillas y en el interior del citado mar Aral, o sea en toda una zona que por aquel entonces, producida la revolución bolchevique (décadas de los años diez y veinte del siglo XX), formaba parte de la URSS y hoy concretamente del país llamado Kazajistán.
Geográficamente esto queda claro en los cinco primeros minutos del filme, cuando una sección de soldados del ejército rojo-revolucionario huye de las fuerzas del ejército blanco-zarista, hacen una parada nocturna para descansar en la cual una voz narrativa nos cuenta que este grupo de soldados bolcheviques son los restos del destacamento de Guriev (ciudad situada en la orilla norte del Mar Caspio, hoy llamada Atyrau y perteneciente a Kazajistán), y entonces habla el comisario o jefe del grupo militar diciendo que no tienen más remedio que marchar hacia el Este, hacia la población de Kazalinsk (hoy Kazalnsk, en la orilla Este del Mar de Aral, todo ello dentro de los límites del hoy país independiente Kazajistán), donde dice se encuentra el Estado Mayor del ejército rojo, para lo cual deberán rodear toda la costa norte del lago Aral. Ante el descomunal y casi imposible objetivo, ya que apenas tienen agua y alimentos, un soldado refunfuña que para lograrlo tendrán que comerse unos a otros. Entonces el comisario le replica a gritos: "¡Sin objeciones, sabes lo que es el deber de un revolucionario, de lo contrario irás a un paredón!" Amenaza que el contestatario masculla por lo bajo, con esta guasa: "Aquí no hay ningún paredón, tan sólo la arena maldita."
Preciosa, especialísima, digna de verse y reverse muchas veces, la relación de ideología-amor-ideología que va desarrollándose entre la soldado bolchevique Maruskha (Izolda Izvitskaya), cuya feminidad y talento más afinado consiste en abatir por disparos certeros a los enemigos que se le ponen a mediana distancia, y el apuesto, fino y elegante prisionero zarista o teniente Nikolayevich (Oleg Strizhenov, un hombre cuya belleza es casi de icono, cuasi-divina, delgado, de nariz recta, pelo rubio abundante e iris del color del mar, vamos un ejemplar ante el cual hasta la enemiga más encarnizada se humedecería sensual y sexualmente, de ahí que ella le confiese: "Tienes unos ojos peligrosos para las mujeres, penetran en el corazón, alteran el alma."). Desgraciadamente en esta religación de ideología y amor, entre dos ideologizado-enamorados, acaba imponiéndose de facto la fuerza de la ideología.
Sin duda es una película especial, extraordinaria; para mí de las cien mejores de la historia del cine.
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Geográficamente esto queda claro en los cinco primeros minutos del filme, cuando una sección de soldados del ejército rojo-revolucionario huye de las fuerzas del ejército blanco-zarista, hacen una parada nocturna para descansar en la cual una voz narrativa nos cuenta que este grupo de soldados bolcheviques son los restos del destacamento de Guriev (ciudad situada en la orilla norte del Mar Caspio, hoy llamada Atyrau y perteneciente a Kazajistán), y entonces habla el comisario o jefe del grupo militar diciendo que no tienen más remedio que marchar hacia el Este, hacia la población de Kazalinsk (hoy Kazalnsk, en la orilla Este del Mar de Aral, todo ello dentro de los límites del hoy país independiente Kazajistán), donde dice se encuentra el Estado Mayor del ejército rojo, para lo cual deberán rodear toda la costa norte del lago Aral. Ante el descomunal y casi imposible objetivo, ya que apenas tienen agua y alimentos, un soldado refunfuña que para lograrlo tendrán que comerse unos a otros. Entonces el comisario le replica a gritos: "¡Sin objeciones, sabes lo que es el deber de un revolucionario, de lo contrario irás a un paredón!" Amenaza que el contestatario masculla por lo bajo, con esta guasa: "Aquí no hay ningún paredón, tan sólo la arena maldita."
Preciosa, especialísima, digna de verse y reverse muchas veces, la relación de ideología-amor-ideología que va desarrollándose entre la soldado bolchevique Maruskha (Izolda Izvitskaya), cuya feminidad y talento más afinado consiste en abatir por disparos certeros a los enemigos que se le ponen a mediana distancia, y el apuesto, fino y elegante prisionero zarista o teniente Nikolayevich (Oleg Strizhenov, un hombre cuya belleza es casi de icono, cuasi-divina, delgado, de nariz recta, pelo rubio abundante e iris del color del mar, vamos un ejemplar ante el cual hasta la enemiga más encarnizada se humedecería sensual y sexualmente, de ahí que ella le confiese: "Tienes unos ojos peligrosos para las mujeres, penetran en el corazón, alteran el alma."). Desgraciadamente en esta religación de ideología y amor, entre dos ideologizado-enamorados, acaba imponiéndose de facto la fuerza de la ideología.
Sin duda es una película especial, extraordinaria; para mí de las cien mejores de la historia del cine.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
"El cuarenta y uno" de Grigori Chukhrai, no es un filme tan famoso ni conocido como "El acorazado Potemkin", del director Eisenstéin, también sobre la revolución bolchevique; pero mil veces más atractivo, estético, romántico, agradable de ver, conmovedor, emocionante, poético y entrañable.
Recuérdese por ejemplo cada una de las imágenes de los dos enamorados en la playa cuando ambos están solos en medio de una pequeña isla dentro del Mar Aral y ahí mismo el eminente momento en que Nikolayevich le explica a Maruskha el por qué la llama con el sobrenombre de "Viernes", lo cual se debe a que la revolucionaria cuida de él en medio de esa soledad de náufragos como el personaje "Viernes" lo hacía de Robinsón Crusoe, a lo cual ella le ruega que le cuente esa historia y él le narra con sus dotes oratorios la novela de Daniel Defoe. Entonces los ojos de la mujer se notan embelesados y se mezclan con imágenes del fuego, del brillo del mar debido a la luz de la luna o del sol, en resumen: del "encanto" en toda su plenitud. De manera que la deja cautivada, seducida, ardientemente enamorada; logrando romper el narrador con su relato, con sus ojos azules y su belleza masculina, la rudeza, la costra ideológica y cerrazón "izquierdista" de la oyente, quién se abre y rinde en cuerpo y alma —más femenina que nunca— al "tómame", al "lléname con tu yogur de aventuras".
Fej Delvahe
P.D.-
Desde luego, cuántas películas excelentes, inolvidables, hitos magistrales, se hicieron en el año 1956, época de gran creatividad donde parece ser que afloraron magníficas muestras de pasión artística para donar al resto de la humanidad futura. Por ejemplo:
1956-España, Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem; con Betsy Blair, José Suárez, Yves Massard.
1956-USA, Centauros del desierto, de John Ford; con John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles.
1956-URSS, El cuarenta y uno (Sorok pervyy), de Grigori Chukhai; con Izolda Izvitskaya, Oleg Strizhenov.
Recuérdese por ejemplo cada una de las imágenes de los dos enamorados en la playa cuando ambos están solos en medio de una pequeña isla dentro del Mar Aral y ahí mismo el eminente momento en que Nikolayevich le explica a Maruskha el por qué la llama con el sobrenombre de "Viernes", lo cual se debe a que la revolucionaria cuida de él en medio de esa soledad de náufragos como el personaje "Viernes" lo hacía de Robinsón Crusoe, a lo cual ella le ruega que le cuente esa historia y él le narra con sus dotes oratorios la novela de Daniel Defoe. Entonces los ojos de la mujer se notan embelesados y se mezclan con imágenes del fuego, del brillo del mar debido a la luz de la luna o del sol, en resumen: del "encanto" en toda su plenitud. De manera que la deja cautivada, seducida, ardientemente enamorada; logrando romper el narrador con su relato, con sus ojos azules y su belleza masculina, la rudeza, la costra ideológica y cerrazón "izquierdista" de la oyente, quién se abre y rinde en cuerpo y alma —más femenina que nunca— al "tómame", al "lléname con tu yogur de aventuras".
Fej Delvahe
P.D.-
Desde luego, cuántas películas excelentes, inolvidables, hitos magistrales, se hicieron en el año 1956, época de gran creatividad donde parece ser que afloraron magníficas muestras de pasión artística para donar al resto de la humanidad futura. Por ejemplo:
1956-España, Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem; con Betsy Blair, José Suárez, Yves Massard.
1956-USA, Centauros del desierto, de John Ford; con John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles.
1956-URSS, El cuarenta y uno (Sorok pervyy), de Grigori Chukhai; con Izolda Izvitskaya, Oleg Strizhenov.