Así se podría resumir esta película, a quien no le gusta un bonito pastel hecho con buen gusto y unos ingredientes mezclados de manera tan exquisita partiendo de un ingrediente tan pobre tan humilde y tan crudo.
Pues eso es lo que ha conseguido Mike Newell, se ha metido en el baúl del saber hacer de los ingleses cuando se ponen detrás de la cámara y ha sacado esas cositas que ellos tienen, su escuela de actores, sus paisajes y sus técnicos y junto con un guión muy logrado han conseguido un apetitoso pastel que nada tiene que ver con el de piel de patata del título.
De una manera sencilla y habilidosa consigue algo que no siempre es fácil, primero implicarte en una historia sencilla que más o menos te vas imaginando pero en la que siempre va dejando ese poquito de intriga para que sigas atento al hilo de ella, todos estos componentes los adorna unas veces con escenas de época perfectamente reflejadas o frases y diálogos conmovedores y entre unos y otros siempre una fotografía perfectamente iluminada, a la que ayuda esa luz difuminada de los nubarrones de esas tierras, ya sea de playas, campos o riscos, con el mismo buen gusto ilumina copas de champán, flores secas o el mismo pastel de patata o los reflejos de un anillo en la pared, lo hace bien en un salón de lujo o en un corral campestre y que hacen el aderezo ideal para esta tarta.
El final lo borda con habilidad y te consigue dejar con ese buen sabor de boca de un sabroso postre que para nada me ha resultado empalagoso, puesto que la historia es lo suficientemente dura y real como para tacharla de eso.
Seguro que la volveré a ver y volveré a deleitarme.