Media votos
6,6
Votos
2.069
Críticas
11
Listas
5
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Jsancha:
1
7,2
11.983
Intriga. Drama
José Sirgado (Eusebio Poncela) es un director de serie B en plena crisis creativa y personal, incapaz de romper con su expareja (Cecilia Roth). Inmerso en una espiral de autodestrucción, y con las drogas como acicate, José recibe noticias de un antiguo conocido, Pedro (Will More). Se trata de un extravagante joven que graba en Super 8 y cuya obsesión por controlar el ritmo de sus películas lo lleva descubrir el fotograma rojo. El ... [+]
24 de febrero de 2010
45 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
De verdad que no entiendo cómo se puede intentar sacar tanto mensaje ante una paja intelectual de un autor aburrido y con ganas de aburrir, también, al público.
El pensamiento de que hoy día, desde hace ya bastante tiempo, se hace un cine de mierda, es muy válido. Que no se hacen videojuegos o novelas con guiones inteligentes, que se basan más en el efecto especial y en la música para que prime cualquier otro elemento antes que el primario, el que tiene que estar de fondo, el que hace desnudar a la película con un buen par de tetas. Lo mismo que si una mujer que consideres fea y de mal ver se viste y se maquilla con pretensiones, puede acabar pareciendo un dulce manjar: el cine de artificio, la mentira de la que hay que huir. Me parece que es algo hasta sensato, pero no podemos basarnos en este pensamiento para apoyar la realización de este bodrio sin razón de ser porque al director le sobraran unas monedas y quisiera invertirlas en un proyecto lleno de más ego que otra cosa. Porque en el fondo atisbamos eso, a Zulueta por todas partes queriendo hacerse pasar por el pobre yonqui de la narrativa audiovisual, carcomido por su arrebato, no llegando nunca a encontrar esa tan ansiada obra sublime, perfecta, de la que Juan Ramón Jiménez, neurótico perdido, supo tanto y no supo nada.
Para mí el cine tiene que ser, ante todo, inteligente, en el auténtico sentido de la palabra: tiene que demostrarme que está ahí para mí, que puede engañarme, convencerme y persuadirme de cualquier cosa. Lo puede hacer con un buen guión, con una bonita fotografía o una música deliciosa, por ejemplo. O con todas ellas mezcladas. El medio audiovisual tiene que servir para eso, aunque obviamente el exceso de alguno de sus elementos siempre pueda acabar afeándolo. Arrebato, a diferencia de lo que muchos expresan, no es la muestra de que «para hacer cine sólo se necesita una cámara, sin elementos extras que sobran y dan por culo», sino de que un mensaje de tres líneas como el que tiene esta película, asfixiante y hermoso eso sí, no puede alargarse hasta la saciedad sin considerar otros elementos necesarios para su cometido, como la coherencia en el guión, la música, las actuaciones, lo visual. Porque entonces estamos ante un proyecto fallido o, citando la propia película, ante «una paja sin correrse».
El pensamiento de que hoy día, desde hace ya bastante tiempo, se hace un cine de mierda, es muy válido. Que no se hacen videojuegos o novelas con guiones inteligentes, que se basan más en el efecto especial y en la música para que prime cualquier otro elemento antes que el primario, el que tiene que estar de fondo, el que hace desnudar a la película con un buen par de tetas. Lo mismo que si una mujer que consideres fea y de mal ver se viste y se maquilla con pretensiones, puede acabar pareciendo un dulce manjar: el cine de artificio, la mentira de la que hay que huir. Me parece que es algo hasta sensato, pero no podemos basarnos en este pensamiento para apoyar la realización de este bodrio sin razón de ser porque al director le sobraran unas monedas y quisiera invertirlas en un proyecto lleno de más ego que otra cosa. Porque en el fondo atisbamos eso, a Zulueta por todas partes queriendo hacerse pasar por el pobre yonqui de la narrativa audiovisual, carcomido por su arrebato, no llegando nunca a encontrar esa tan ansiada obra sublime, perfecta, de la que Juan Ramón Jiménez, neurótico perdido, supo tanto y no supo nada.
Para mí el cine tiene que ser, ante todo, inteligente, en el auténtico sentido de la palabra: tiene que demostrarme que está ahí para mí, que puede engañarme, convencerme y persuadirme de cualquier cosa. Lo puede hacer con un buen guión, con una bonita fotografía o una música deliciosa, por ejemplo. O con todas ellas mezcladas. El medio audiovisual tiene que servir para eso, aunque obviamente el exceso de alguno de sus elementos siempre pueda acabar afeándolo. Arrebato, a diferencia de lo que muchos expresan, no es la muestra de que «para hacer cine sólo se necesita una cámara, sin elementos extras que sobran y dan por culo», sino de que un mensaje de tres líneas como el que tiene esta película, asfixiante y hermoso eso sí, no puede alargarse hasta la saciedad sin considerar otros elementos necesarios para su cometido, como la coherencia en el guión, la música, las actuaciones, lo visual. Porque entonces estamos ante un proyecto fallido o, citando la propia película, ante «una paja sin correrse».
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Me sumerjo en un mar de críticas donde la gente la eleva como mejor película del cine español, la barrera que separa lo culto de lo ingenuo, bla, bla, bla. Al final descubro que todos estos petimetres de lo intelectual no hacen más que alabar algo que ni siquiera entienden. Sólo uno, con humildad, es capaz de decir que ante semejante mierda no ha entendido nada, pero que se queda con la escena final y que por eso le da un seis. Bueno, eso lo hace, con todo el perdón del mundo, porque no quiere sentirse más tonto de lo que ya se siente, lo cual es todavía más peligroso. En mi opinión. El mensaje de Arrebato, críptico y arrogante, es el que sigue: el cine, el arte, te vampiriza, del mismo modo en que lo puede hacer la heroína —el caballo— o las mujeres, puede llegar a ser una droga mortal que te saca del plano, te expulsa, te envenena hasta que te elide, en búsqueda de esa esencia siempre imposible: la perfección. El mensaje y la metáfora del autor como vampiro ya ha sido vista muchas veces antes. Símbolo trillado hasta la saciedad en lo literario, no puede venir a usarse ahora en tres minutos de película para reivindicar ese cometido a lo largo de casi dos horas de aburrimiento, de metraje, música y actuaciones absurdas, y de un guión empobrecido hasta lo insulso. Uno puede jugar a autoengañarse, como al creer que puede dormir cuando el insomnio le invade, pero me parece que no estamos aquí para eso. Fueron varios segundos de ilusión los que me mantuvieron con esa idea en la cabeza. Luego la deseché, claro, no porque no pudiera hacerme feliz solamente, sino porque me hubiera visto como el pérfido traidor que se conforma con ver un trozo de mierda de perro y pensar que está disfrutando con el arte vanguardista, cool y experimental.
El mensaje no sólo está infectado de una atroz prepotencia: soy un artista y como no consigo satisfacerme me fustigaré de por vida y no volveré a hacer cine, sino que nos demuestra que si el autor sólo ha sido capaz de crear estas dos pusilánimes horas que se hacen pesadas, aburridas, y hasta insultantes, para no saber luego volver a darle forma a su «musa», estamos ante la mente retorcida de un victimista, un falso artista que quiso jugar demasiado con el metacine y acabó torciéndose en un acto pueril, además de hacerse un daño irreparable que no sólo no otorgó nada nuevo al mundo sino que le hizo más mal que bien. Bravo entonces, si eso es lo que buscaba, pero no creo que dicho esperpento merezca el tiempo de más de un imbécil que se pare a visionar esa excusa, ese pretexto para llorar y hacer ver lo difícil que es «ser artista» pero lo rápido que se diviniza lo incomprensible por darle enseguida una supuesta capa de inteligencia. He leído que la película fue en principio un corto. Fue entonces cuando lo comprendí todo.
El mensaje no sólo está infectado de una atroz prepotencia: soy un artista y como no consigo satisfacerme me fustigaré de por vida y no volveré a hacer cine, sino que nos demuestra que si el autor sólo ha sido capaz de crear estas dos pusilánimes horas que se hacen pesadas, aburridas, y hasta insultantes, para no saber luego volver a darle forma a su «musa», estamos ante la mente retorcida de un victimista, un falso artista que quiso jugar demasiado con el metacine y acabó torciéndose en un acto pueril, además de hacerse un daño irreparable que no sólo no otorgó nada nuevo al mundo sino que le hizo más mal que bien. Bravo entonces, si eso es lo que buscaba, pero no creo que dicho esperpento merezca el tiempo de más de un imbécil que se pare a visionar esa excusa, ese pretexto para llorar y hacer ver lo difícil que es «ser artista» pero lo rápido que se diviniza lo incomprensible por darle enseguida una supuesta capa de inteligencia. He leído que la película fue en principio un corto. Fue entonces cuando lo comprendí todo.