Mediante unos inocentes muñequitos que se mueven en stop-motion, Kaufman nos relata una historia amarga sobre la soledad en el mundo actual. Un verdadero drama existencial con figuritas de plastilina. Lo mejor es que los trazos naif, las voces masculinas, y las caras que se repiten, sirven para definir un mundo propio de un modo que difícilmente se habría podido conseguir con otros formatos más convencionales. La historia no deslumbra, pero va descolocando al espectador poquito a poco. Lo curioso es que ello se consigue a través de unos personajes que transmiten sus miedos y angustias de una forma natural y auténtica. La película juega con los límites de la realidad y la ficción, y el hecho de utilizar la animación sirve para que esa sensación sea incluso más desconcertante. “Anomalisa” es la historia de un motivador desmotivado, que cree haber encontrado por fin una oportunidad para dar un giro a su vida. Pero, sobre todo, es una obra sobre traumas, culpas, ilusiones y responsabilidades. Aunque no seas un escritor de éxito, aunque nunca hayas caído en la alucinación, es fácil identificarse con la trama. En algunos momentos, el argumento cae en el delirio, pero el universo de “Anomalisa” es fácilmente reconocible. Por eso el protagonista nos genera sensaciones tan antagónicas a lo largo del metraje: ternura, repulsión, pena... En definitiva, una historia de animación, con múltiples lecturas, pero tan verosímil que consigue que el espectador se sienta incómodo en varios momentos, hasta quedar finalmente desarmado.