Se dice que en el complejo plano sexual todo está permitido si los implicados se prestan a ello. Lo comparto. No debería de haber una linea imaginaria en la que se dijera: "hasta aquí es sexo sano; a partir de aquí hablamos de demencia". Eso nunca. ¿Quién es nadie para juzgar la cordura de un individuo basándose en lo que le satisfaga bajo la sábana?. Para gustos los colores, y por suerte, siempre habrá un roto para un descocido; Siempre.
A cada cual le produce placer ó excitación distintos cometidos dentro del amplio abanico que ofrece lo fetiche. Y mientras el cómplice (o los, en plural) disfrute y consienta el juego, que continué el espectáculo. Así de sencilla debe de ser la sexualidad; así tiene que contemplarse en pleno siglo XXI.

Sin embargo Haneke pretende sentenciar, decantándose por adjudicar una personalidad trastornada para complementar a quien se sale del molde estándar en lo sexual. Incluso se regodea mientras humilla a Erika, no por sus actos, sino valiéndose tan sólo de la mirada del alumno Klemmer tras leer su carta. Durante la escena, la profesora se siente pisoteada por su propio zapato. Se podría decir, que llega a sentir asco de ella misma durante el instante en el que comparte su íntima fantasía sexual.

La película ofrece un personaje (el de Isabelle Huppert) bastante alejado del que acostumbramos a ver en la pantalla grande, el cual se hace realmente interesante. En sus primeros compases muestra en Erika un perfil agrio combinado con perversa lujuria en secreto. Ahí funciona la película de maravilla. Tan sólo encontré un par de escenas muy eróticas en la cinta; precisamente fueron en aquellos momentos.
Para mi opinión, involucrar a Benoît Magimel en "La pianista" rebaja tanto la intensidad del film que consigue echarlo a perder. Claro que sin él, estaríamos hablando de un guión totalmente distinto ya que es pieza clave para lo que Haneke pretende contar. Aunque, repito, todo aquello es más interesante cuando Erika va por libre.