Sorrentino se ha convertido en lo que ha querido: un extraño híbrido de Kubrick y Fellini. Por supuesto, por el camino se ha dejado ser él mismo.

Ese deseo pudiera ser obligado por las críticas de terceros, lógicamente para hacer pie en algo comprensible para todos.

Sorrentino da cancha también a Jude Law para que se luzca, en ese divismo tan apreciado por el actor, hipertrofía que aprecia el ego pues es lo más reconocible por todos: la fama y también, porque no decirlo, el prestigio.

Nada que objetar porque las intenciones se ven cumplidas con creces. No hay argumento, tampoco conflicto, pues tenemos que taparnos los ojos y los oídos ante lo principal. Todo es demasiado herramienta. Las puertas por donde tiene que pasar la historia son demasiado obvias. Impactantes aún así.

El guionista parece no mojarse mucho en los temas más escabrosos, también se forma un chocho tratando de explicar unos porcentajes: el 81,3% de un 41%. ¿Comorr?. Bueno, es igual, pues esa conversación que sería el detonante de confrontación de esta primera temporada tampoco parece ser muy importante. El tema va de otra cosa.

Muy disfrutable si se sabe a lo que se va. Para los que pidan coherencia, no estética sino narrativa (¨ Coño, una buena historia, como Juego de Tronos¨), absténganse.