Dícese de la teoría gatopardista: todo se moviliza, todo cambia rotundamente, pero a la larga los resultados ofrecen el mismo producto. La política es el axioma gatopardista humano por excelencia, podemos ver pasar ideologías y estructuras, pero existe una base que no se modifica, puede evolucionar y modificar sus formas, pero la naturaleza no logra cambiar su esencia.

Los idus de marzo encuentran su metáfora en aquella traición ejercida sobre Julio Cesar: su poder sería bastardeado. No obstante, Clooney se aleja de cualquier tufillo moral/ético para dar a entender que el ajedrez, como la vida, como las relaciones de poder entre los humanos siempre tendrán una base netamente intelectual, fría, calculadora. Si se filtra el sentimiento suceden las cosas que suceden en esta peli, y las potenciales víctimas no poseen ni un gramo de empatía hacia el espectador (spoiler). La peli se distancia del thriller, la tensión extrema, cuando originariamente parecía invocarlo. Y esa decisión la hace distinta, virtuosa y, sobre todas las cosas, inteligente. Piezas de ajedrez moviéndose, eso vemos y eso nos hacen sentir. La obra elije tonos de misterio aplacado y las revelaciones son apenas una jugada más, jamás una epifanía pasional, jamás el sudor en la frente. Los personajes son depredadores, cierto, pero es tal la distancia que se ejerce desde sus acciones que los observamos como a pequeños discos rígidos: si optan por tal o cual acción, ésta será para afianzar el sistema. Si se desplazan hacia las pasiones, error no data found.

Por otra parte, como película que intenta mostrar la cocina de la política la verdad es que muestra poco. Sencillamente porque opta por hacer protagónicos a personajes periféricos, no a los puestos políticos principales. En su perfecta decisión por mostrar poco, Los idus de marzo se reserva también su pequeña cuota de discresión. Es lúcida, pero jamás busca la transgresión. Es inteligente, y esa inteligencia oculta decide ocultar muchos interrogantes.