Narrada con los tonos de un diario íntimo: inocente, simpáticamente ñoña, sin renglones extra que la hagan compleja y bajo una página en blanco que se permite, casi, cualquier licencia la obra de Carrasco se salva por sus toques de frescura y espontaneidad de caer en el hoyo de los lugares comunes.

No resalta por ser obra de mérito, de hecho El diario de... se ajustaría quizás con mayor acierto como una telenovela para la hora de la merienda. Así uno se abandona en el sofá o la silla, observa que diablos es esto y al entrar en los tonos se le cae una sonrisa porque el factor más valioso de esta obra es su inocente frescura. No cae en el estereotipo del adolescente rebelde y salvaje, elimina la cuota de violencia que suele haber en este tipo de propuestas y nos sitúa directamente desde la mirada de una chica con ojos "nuevos": alguien que recién cae al mundo, se entera que hay gente allí afuera y sale, un poco nomás, de su inocencia original.

Por eso mismo le perdono a Andrea Ros sus sobre-actuaciones, porque desde su mirada pudorosa y su gesto de boca fruncida sabe transmitir esa dosis de blanca alegría que, vale destacar, salvan a este triángulo de niñas de esa vorágine hormonal.