Atentos con Zieff y toda la campaña publicitaria que rodea esta película: Mi chica se llama. En la portada dos hermosos púberes ríen con desenfado, uno de ellos es el famoso "angelito". Inicia la cinta y una canción popera se filtra por los oídos, entre imágenes de bicicletas, brillo del sol y viva la vida...

Conforme vemos avanzar la peli, la contextualización que se realiza genera un contrapunto, un contraste particular: bajo una fotografía iluminista y siguiendo los tonos de una prota con mucho angel y de mirada crítica, el reino de hadas de Mi chica es, como mínimo, inquietante. Porque entre poesías sobre helados de fresa, árboles frondosos y amores no correspondidos, entre caprichos y dulzuras la muerte se solapa, expectante pero paciente. La peli es lo suficientemente sutil como para no variar en sus modalidades, en sus enredos nimios y algo de comedia costumbrista se impregna en el espectador. Sin enfado pero siguiendo las alertas que se prenden: la alergia, la morgue, la visión pesimista de un padre cariñoso pero de mirada unilateral poco a poco la peli, sencillamente, arma un nuevo escenario. El ambiente se transforma, los tonos se enlentecen, la iluminación se opaca y la música deviene en suaves efectos de fondo.
A diferencia de otras pelis que optan por el impacto directo, MY girl no elige el corte brusco sino que lo arma desde un cambio progresivo en los tonos. Entonces se abre paso a un drama tal vez no inesperado, sino inusual por las múltiples máscaras que utiliza.