Una de las mayores dificultades para representar la locura en el arte es darle, justa y paradójicamente, esa dosis de coherencia interna que le permita respirar sin perderse en el mensaje incomprensible.
Aquí es donde Naboer trastabilla, aunque no termina cayendo: finalmente logra ajustar las tuercas y generar un final, dentro de todo, con atisbos coherentes. Pero en el devenir de la trama son precisamente esos pasillos claustrofóbicos los que nos indican que Sletaune va arriesgarse a caminar por el borde, y nadie sale ileso de ese tipo de empresas.
Sadomasoquismo, un toque de gore y algunas vueltas de tuerca, de reconstrucción de la verdad, son las principales decisiones estéticas de esta peli de terror psicológico que deambula muy bien por los terrenos de la sugerencia. Luego se decanta hacia imágenes más epidérmicas, pero siempre dentro de esa jaula mental en la que se desarrolla.
En definitiva, lejos de ser una obra mayúscula Naboer nos introduce en mundo que se antoja interesante, pero que no puede evitar caer en esos riesgos que toda locura contiene.