Con el pretexto de un trauma nunca superado, la película ofrece una perfecta introspección psicológica en la vida de Diana (Uma Thurman), tratada con tanta respeto a la condición humana que bien pudiera tratarse de su vida, o de la mía.

Tras un comienzo inesperado, la confrontación entre la deriva emocional de una vida adulta, cansada y abatida -que se había presumido plena durante la juventud- y la adolescencia tardía (que vislumbra un mundo nuevo y desconocido, motor de la ilusión por el porvenir frente a la apatía por lo vivido hasta la pubertad) inquieta tanto o más que la trama principal o las desasosegantes y sin embargo poéticas escenas que jalonan la película.

Poéticas.

Si, “poesía” puede ser el término que mejor defina el ritmo narrativo de esta obra, que nos transporta con calma de una a otra época de la existencia de todo ser humano a través de los ojos de sus dos protagonistas, encarnadas por cuatro actrices que, al igual que los secundarios, brindan unas bien dirigidas interpretaciones (sobrias, comedidas y verosímiles) que dotan de credibilidad a la película, sustentada -por otro lado- por un buen guión, un refinado gusto por la imagen, una paciencia narrativa necesaria, unos diálogos convincentes y una banda sonora más que adecuada.

Tanto y tan buen cine presenta, sin embargo, dos “peros” importantes. Los veremos en los spoilers.