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España España · Barcelona
Voto de polvidal:
8
Drama Harvey Milk, el primer político abiertamente homosexual elegido para ocupar un cargo público en Estados Unidos, fue asesinado un año después. A los cuarenta años, cansado de huir de sí mismo, Milk decide salir del armario e irse a vivir a California con Scott Smith. Una vez allí, abre un negocio que no tarda en convertirse en el punto de encuentro de los homosexuales del barrio. Milk se convierte en su portavoz y, para defender sus ... [+]
13 de enero de 2009
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el contenido de Mi nombre es Harvey Milk, de principio a fin, es conveniente, no tanto para los concienciados heterosexuales que deciden acercarse al cine para verla sino para los gays que gozan en la actualidad de un entorno aparentemente más favorable del que viven los personajes de la cinta. Los homosexuales quizá ya no serán marginados en el trabajo por acostarse con hombres, puede que ya no sean detenidos brutalmente en redadas policiales, pero lo que está claro es que su plena integración en la sociedad sigue siendo una utopía.

Van Sant no sólo consigue con Mi nombre es Harvey Milk una película aleccionadora, sino que también logra desprenderse del lastre alternativo, casi surrealista, que había tomado su filmografía. Puede que Elephant o Last days sean obras de culto, pero bienvenido sea su cine más comercial cuando viene acompañado de un guión accesible, pero no por ello con menos valor, y un sentido del ritmo mucho más digerible que en sus anteriores propuestas.

Una fotografía absolutamente acorde con el contexto setentero y la mezcla entre la ficción y la realidad, en forma de documentos visuales de incalculable valor, son una de las grandes bazas del filme. Las declaraciones de la cantante Anita Bryant, una especie de fanática religiosa obsesionada por comparar a los homosexuales con el diablo, parecerían de ciencia ficción si no fuera porque forman parte de la acertada documentación de la película, a la que también se suma la redada policial que da comienzo a la cinta y su excelente epílogo.

El gran acierto de Mi nombre es Harvey Milk lo encontramos sin duda en la aportación de Sean Penn, sin cuya interpretación el personaje correría un serio riesgo de histrionismo, pero también en otros papeles como el de James Franco y otros secundarios de lujo como el entrañable activista al que da vida Emile Hirsch (Hacia rutas salvajes).

Todos ellos conforman un biopic arrastrado en determinados momentos por los vicios habituales del género (música grandilocuente, ensalzamiento del homenajeado, posibles pasados oscuros obviados) pero no por ello menos necesario. Los sermones políticos de Milk no sólo contribuyen a refrescar la memoria sino que también sirven para recordar al colectivo gay, cada día más banal, cada día más esnob, que no todo está ganado. Más allá de las leyes, todavía queda pendiente una batalla mucho más difícil de conquistar, la de las viejas costumbres.
polvidal
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