Del título solo me gustaría aclarar que Jason Becker era, con todas las letras, un artista. No un virtuoso técnico que está claro que lo era, sino y más importante un virtuoso musical, un fuckin' genio del desengranaje armónico. Parecerá que soy su hermano o vendo sus guitarras signature (por cierto feas de cojones) pero solo hace falta buscar un poco de información para comprender: el chico tenía un don. Y vale, que sí, quel' chico no era el puto Pat Metheny ni Frank Zappa, que no tocaba con la limpieza de un shredder puro como Batio o lo que queráis, pero el chaval tenía algo. Si os da curiosidad recuerdo un viejo vídeo en el que tocaba Black Star de Malmsteen en su instituto, más solo que Gary Cooper. Increible. Otro que arpegiaba la melodía del pájaro loco con una prominente sonrisa en la cara, y ya verlo tocar Serrana es un disparate de dedos quemando el mástil. O qué decir de la banda que tenía con Marty Friedman (otro con tanto talento que tuvo tanta más suerte) de nombre Cacofonía, que intercalaba al tío que peor cantaba y a los tíos que más caña daban del mundo. En fin, Jason Becker era muy grande. Tan grande que Dios quiso quitarle su mayor placer y se quedó en el intento.