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Voto de Buscapé:
10
8,2
38.288
Drama. Intriga
Al poco tiempo de perder a su esposa Rebeca, el aristócrata inglés Maxim De Winter conoce en Montecarlo a una joven humilde, dama de compañía de una señora americana. De Winter y la joven se casan y se van a vivir a Inglaterra, a la mansión de Manderley, residencia habitual de Maxim. La nueva señora De Winter se da cuenta muy pronto de que todo allí está impregnado del recuerdo de Rebeca. (FILMAFFINITY)
8 de mayo de 2014
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno no puede escapar de las sugerentes y embriagadoras imágenes que abren el primer tercio de la película: Monte Carlo se muestra como un lugar idílico donde la pareja tiene el encontronazo.
Laurence Olivier está en su línea, sobrio y efectivo, aunque carente en demasía de química con su compañera: Joan Fontaine: por todos era sabido que Olivier tenía una tórrida relación con Vivien Leigh y maltrató a Joan Fontaine como venganza por no poder actuar con su propia esposa.
En cualquier caso, todo ese tono frío contribuye a enrarecer todo lo impensable una cinta mágica.
Por un lado hay un romance atípico: marido frío y distante, mujer vulnerable, frágil e inocente. Y por otro, el más importante, está Manderley, la auténtica Rebeca de toda la película, con sus frías sombras tras interminables escalones, amas de llaves sumidas en un fanatismo fantasmagórico. Y una ambientación que traspasa la perfección, combinando el intimismo del personaje de Fontaine, con su elegancia y cándida sencillez y por otro, el entorno en el que se mueve: repleto de brumoso barroquismo donde se intercala clasicismo tan boato como rapaz y acechante.
Manderley es la encarnación más cercana de la que pudo ser la auténtica Rebeca, un coloso inabarcable de excesos: exceso de belleza, riqueza y crueldad inmisericorde.
Es lo que fue la Nostromo: el verdadero terror no se masca en la criatura o en la dama fantasmagórica que se nos quiere sugerir, el auténtico pavor está en los pasillos interminables y el blanco y negro que nos embelesa en una riqueza desbordante de tonos grises y oscuros. No puedo imaginar ésta película en versión color o un remake actualizado.
Es la película de cine clásico por excelencia y que ha trascendido a los anales del tiempo por su exuberancia y convicción en su insana convicción, ésta es: embelesarnos en las ardides más perversas de un ente etéreo, inexistente pero cruel y malévolo.
Para la historia del cine, siempre quedará la sombra en la ventana mientras Manderley desaparece devorada por su propia locura.
Rebeca y el Retrato de Dorian Gray (Albert Lewin, 1945) deberían ser tenidos como cátedra para mostrar la esencia más pura de terror psicológico: el suspense cebado al límite y no centrado en el "monstruo" si no en los detalles.
Laurence Olivier está en su línea, sobrio y efectivo, aunque carente en demasía de química con su compañera: Joan Fontaine: por todos era sabido que Olivier tenía una tórrida relación con Vivien Leigh y maltrató a Joan Fontaine como venganza por no poder actuar con su propia esposa.
En cualquier caso, todo ese tono frío contribuye a enrarecer todo lo impensable una cinta mágica.
Por un lado hay un romance atípico: marido frío y distante, mujer vulnerable, frágil e inocente. Y por otro, el más importante, está Manderley, la auténtica Rebeca de toda la película, con sus frías sombras tras interminables escalones, amas de llaves sumidas en un fanatismo fantasmagórico. Y una ambientación que traspasa la perfección, combinando el intimismo del personaje de Fontaine, con su elegancia y cándida sencillez y por otro, el entorno en el que se mueve: repleto de brumoso barroquismo donde se intercala clasicismo tan boato como rapaz y acechante.
Manderley es la encarnación más cercana de la que pudo ser la auténtica Rebeca, un coloso inabarcable de excesos: exceso de belleza, riqueza y crueldad inmisericorde.
Es lo que fue la Nostromo: el verdadero terror no se masca en la criatura o en la dama fantasmagórica que se nos quiere sugerir, el auténtico pavor está en los pasillos interminables y el blanco y negro que nos embelesa en una riqueza desbordante de tonos grises y oscuros. No puedo imaginar ésta película en versión color o un remake actualizado.
Es la película de cine clásico por excelencia y que ha trascendido a los anales del tiempo por su exuberancia y convicción en su insana convicción, ésta es: embelesarnos en las ardides más perversas de un ente etéreo, inexistente pero cruel y malévolo.
Para la historia del cine, siempre quedará la sombra en la ventana mientras Manderley desaparece devorada por su propia locura.
Rebeca y el Retrato de Dorian Gray (Albert Lewin, 1945) deberían ser tenidos como cátedra para mostrar la esencia más pura de terror psicológico: el suspense cebado al límite y no centrado en el "monstruo" si no en los detalles.