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Voto de Lizzypride:
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Serie de TV. Drama
Serie de TV (2018). 24 episodios. Drama ambientado en el año 1900, antes de la ocupación japonesa de Corea (1910-1945). Narra la historia de un joven coreano que adoptó una nueva identidad como soldado del ejército de los Estados Unidos después de embarcarse en un buque de guerra de Corea durante la expedición de 1871 de Estados Unidos a Corea. En 1905 él vuelve a Joseon ya como adulto después de haber sido destinado allí, y se enamora ... [+]
11 de julio de 2022
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Hace tres días que terminé Mr. Sunshine. Ya se me han secado las lágrimas y se ha atenuado un poco esa sensación de soledad que te deja una serie cuando ha conseguido que sus personajes entren a formar parte de tu realidad. Ahora que la he terminado, me he puesto a buscar críticas, y lo primero que me ha sorprendido es la ausencia de ellas. ¿Cómo no ha incluido Filmaffinity o Fotogramas ninguna crítica profesional de una serie como esta? Porque al margen de mi reciente devoción, la serie tuvo una audiencia en su país que llegó a alcanzar una cuota de pantalla del 18% y recibió un una gran cantidad de premios en 2018. Sin embargo, nuestros críticos parece que giran más su mirada hacia la derecha del mapa, hacia occidente, que a lo que llega de oriente. De hecho, hace nada El País, con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid, publicaba una lista con las mejores series de política internacional y eran todas occidentales. Pero Mr. Sunshine podría caber perfectamente en esa lista. Es increíble cómo narra la situación estratégica de Corea en los primeros años del siglo XX: cómo fue asediada por franceses, rusos y japoneses y cómo Estados Unidos se instaló para sacar provecho económico, lavándose las manos. Hace entendible incluso el poder de imponer una moneda en un país y cómo el valor de esa moneda puede boicotearse. Nos habla de corrupción, de espionaje, de colonialismo, de relaciones internacionales,… Y lo hace sin abrumar, como si esa información fluyera y entrara en nosotros. Así deberían ser las buenas clases de historia.
Quizás creas que no te interesa qué pasó en Corea hace más de un siglo, pero su lucha tiene muchísima actualidad, porque el verdadero protagonista de esta serie es el pueblo coreano, los habitantes de una dinastía de siglos, la de Joseon, a las que obligaron incluso a cambiar de nombre. En un momento dado, la protagonista señala con un dedo a Joseon en un globo terráqueo y se asombra de lo pequeña que es. ¿Justifica el tamaño que un país sea saqueado y usado? En otro momento, el rey pide que le traduzcan los titulares de un diario americano y se da cuenta de que sus masacres no merecían ni una línea al otro lado del océano. Me recordó a al personaje de El hijo de Saúl que creía que los judíos no eran liberados porque no se sabía lo que estaba pasando. A veces, el interés informativo, las páginas de historia o las críticas de cine no miran donde tienen que mirar, sino donde les dicen que miren.
Y esto me sirve para tocar otro punto secundario de esta serie: el amor y la fe en la palabra y en la comunicación, en general. Uno de los protagonistas termina creando una especie de agencia de noticias, confiando en este arma y otro le trae una cámara de fotos de Japón, con el mismo fin. En la serie, los diálogos pasan del coreano al japonés y al inglés, en un continuo, y vemos como la pareja protagonista trata de aprender el idioma del otro para acercarse. Se habla del idioma, y de cómo se nombran las realidades en cada uno de ellos, casi como si las palabras vistieran los conceptos, como esa flor de cinco pétalos, el Mugunghwa o Rosa de Siria, la flor nacional de Corea del Sur.
Luego está la sensorialidad de toda la serie, desde el primer fotograma. Tenemos la música, cuya elección, para mi gusto, a veces es cuestionable, pero que es imprescindible en una serie donde abundan los planos largos; y tenemos el sonido, en general, pues se escuchan crujidos, el masticar de un caramelo, los sorbidos de una sopa, el roce de un mano sobre la seda,… Tenemos la imagen, uno de sus grandes valores, con grandes contrastes entre los colores más vivos y la oscuridad de la noche, donde apreciamos los matices del sol al atravesar una bandera, o los de la luna, entre los árboles de un bosque poniendo foco a una persecución. Hay una veneración por la belleza, con postales que pasan a tu retina y te hacen emocionar de puro “bonicas”. Tenemos el olfato y el gusto, porque los personajes disfrutan de la comida, como una parte de la cultura: olemos el café del hotel Gloria, degustamos esos caramelos cuyo dulzor provoca sonrisas al probarlos, sentimos la bocanada de matices de los bollos humeantes de la panadería francesa al abrirse, y el efecto reconfortante de la sopa caliente del que parece “el único bar de Joseon”. Y tenemos el tacto, porque las cámaras logran captar el frío de esos inviernos que hielan estanques y casi sale vaho también de nuestras bocas, la caricia de los copos de nieve al caer, o de los pétalos de flores en primavera, la sensualidad del roce de una tela, o la calidez de unas manos que se tocan,…
Y todo eso envuelve a lo que hace de Mr. Sunshine una serie, para mí, imprescindible, que son sus personajes. Se trata de una serie coral en el mejor sentido de esa idea. Hay un personaje colectivo al que ya he mencionado, que es el pueblo de Corea. No se trata sólo de los rebeldes, que son un subgrupo dentro de ellos. Sino todo el pueblo en sí, con sus clases nobles, sus terratenientes, sus esclavos y carniceros, con su tradición y su primitivismo, con sus castas y sus injustas desigualdades sociales, con su religión, sus oficios y sus costumbres ancestrales,… El adjetivo “épico” se repetía mucho en mi mente mientras la veía. Para mí lo épico es que personas que sentimos cotidianas, que tienen una historia, un día a día y unos lazos, que temen a la muerte, lo arriesguen todo por una causa. Es muy difícil encontrar una causa por la que esté justificado morir, y, aún más, una causa por la que esté justificado matar. En eso hacen mucho hincapié los increíbles diálogos de esta serie.
Quizás creas que no te interesa qué pasó en Corea hace más de un siglo, pero su lucha tiene muchísima actualidad, porque el verdadero protagonista de esta serie es el pueblo coreano, los habitantes de una dinastía de siglos, la de Joseon, a las que obligaron incluso a cambiar de nombre. En un momento dado, la protagonista señala con un dedo a Joseon en un globo terráqueo y se asombra de lo pequeña que es. ¿Justifica el tamaño que un país sea saqueado y usado? En otro momento, el rey pide que le traduzcan los titulares de un diario americano y se da cuenta de que sus masacres no merecían ni una línea al otro lado del océano. Me recordó a al personaje de El hijo de Saúl que creía que los judíos no eran liberados porque no se sabía lo que estaba pasando. A veces, el interés informativo, las páginas de historia o las críticas de cine no miran donde tienen que mirar, sino donde les dicen que miren.
Y esto me sirve para tocar otro punto secundario de esta serie: el amor y la fe en la palabra y en la comunicación, en general. Uno de los protagonistas termina creando una especie de agencia de noticias, confiando en este arma y otro le trae una cámara de fotos de Japón, con el mismo fin. En la serie, los diálogos pasan del coreano al japonés y al inglés, en un continuo, y vemos como la pareja protagonista trata de aprender el idioma del otro para acercarse. Se habla del idioma, y de cómo se nombran las realidades en cada uno de ellos, casi como si las palabras vistieran los conceptos, como esa flor de cinco pétalos, el Mugunghwa o Rosa de Siria, la flor nacional de Corea del Sur.
Luego está la sensorialidad de toda la serie, desde el primer fotograma. Tenemos la música, cuya elección, para mi gusto, a veces es cuestionable, pero que es imprescindible en una serie donde abundan los planos largos; y tenemos el sonido, en general, pues se escuchan crujidos, el masticar de un caramelo, los sorbidos de una sopa, el roce de un mano sobre la seda,… Tenemos la imagen, uno de sus grandes valores, con grandes contrastes entre los colores más vivos y la oscuridad de la noche, donde apreciamos los matices del sol al atravesar una bandera, o los de la luna, entre los árboles de un bosque poniendo foco a una persecución. Hay una veneración por la belleza, con postales que pasan a tu retina y te hacen emocionar de puro “bonicas”. Tenemos el olfato y el gusto, porque los personajes disfrutan de la comida, como una parte de la cultura: olemos el café del hotel Gloria, degustamos esos caramelos cuyo dulzor provoca sonrisas al probarlos, sentimos la bocanada de matices de los bollos humeantes de la panadería francesa al abrirse, y el efecto reconfortante de la sopa caliente del que parece “el único bar de Joseon”. Y tenemos el tacto, porque las cámaras logran captar el frío de esos inviernos que hielan estanques y casi sale vaho también de nuestras bocas, la caricia de los copos de nieve al caer, o de los pétalos de flores en primavera, la sensualidad del roce de una tela, o la calidez de unas manos que se tocan,…
Y todo eso envuelve a lo que hace de Mr. Sunshine una serie, para mí, imprescindible, que son sus personajes. Se trata de una serie coral en el mejor sentido de esa idea. Hay un personaje colectivo al que ya he mencionado, que es el pueblo de Corea. No se trata sólo de los rebeldes, que son un subgrupo dentro de ellos. Sino todo el pueblo en sí, con sus clases nobles, sus terratenientes, sus esclavos y carniceros, con su tradición y su primitivismo, con sus castas y sus injustas desigualdades sociales, con su religión, sus oficios y sus costumbres ancestrales,… El adjetivo “épico” se repetía mucho en mi mente mientras la veía. Para mí lo épico es que personas que sentimos cotidianas, que tienen una historia, un día a día y unos lazos, que temen a la muerte, lo arriesguen todo por una causa. Es muy difícil encontrar una causa por la que esté justificado morir, y, aún más, una causa por la que esté justificado matar. En eso hacen mucho hincapié los increíbles diálogos de esta serie.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Aparte del protagonista colectivo, tenemos los secundarios, que son muchos y que están perfectos en la elección de los actores (aunque a veces falle la caracterización por el paso del tiempo), en la mezcla de humor y profundidad y en cómo se adapta el lenguaje a cada uno de ellos. Se trata de un cuerpo de danza que llena las montañas y las calles de Joseon y que les da vida. Sin todos ellos, los cinco protagonistas estarían huérfanos, y por eso, los guionistas no escatiman en detalles y también les dejan evolucionar y tener sus momentos gloriosos. Por ejemplo, vemos como el hijo de un guerrero que jura matar al rey ante la tumba de su padre, da su vida para salvarlo.
Y todo lo anterior se cuenta a través de las complicadas relaciones entre los cinco personajes protagonistas: Eugene Choi, Go Ae-shin, Goo Dong-mae, Kudo Hina y Kim Hee-sung. Los cinco aparecen envueltos en unas circunstancias y en un pasado que en algunos casos conocemos en imágenes en el primer capítulo, al que se vuelve en insistentes flashbacks, y en otros, se descubre a través de los diálogos, como es el caso de Kudo Hina. Y todos ellos van evolucionando a lo largo de la serie, sin perder un ápice de su esencia. Lo hace Goo Dong-mae, ese coreano que deambula por las serie con la elegancia de un samurái y que siendo un miembro de la Sociedad del Dragón negro, cuyos principios son vivir para uno mismo, da su vida varias veces para proteger a los suyos. Pero destaco al inolvidable Kim Hee-sung, que se va convirtiendo en héroe, manteniendo su humor, su descaro y su hedonismo. Son tres hombres y dos mujeres, envueltos en una red de sentimientos, de debilidades y de tropiezos, que llegan a ser épicos, incluso sin pretenderlo.
En cuanto al trío masculino, los tres enamorados de la misma mujer, no caen en el tópico de la rivalidad; más bien son cómplices y aliados en la admiración y la defensa de una persona, y quizás por eso, da gusto verlos beber juntos, reírse unos de otros e, incluso, admirarse y cuidarse. Por su parte, tenemos a dos grandes personajes femeninos: Kudo Hina, que va ocupando más espacio capítulo a capítulo, yo creo que por la potencia que le da la actriz que la encarna. Difícil encontrar una mejor forma de encarnar lo que es ser una mujer independiente en una sociedad patriarcal y machista, sin renunciar a la feminidad. Es la heroína silenciosa. Y luego está la heroína declarada, Go Ae-shin, que, a mi parecer, es el personaje más difícil de abarcar. Queda muy bien reflejado por el contraste entre los colores con los que se viste, y con esa idea que ella repite de que nació para ser una flor delicada y ella quería ser una llama. Sigue unos pasos que ha trazado desde un principio y es la que menos se desvía de ellos y la que toma las decisiones más difíciles. Por eso empieza siendo el personaje más encantador y termina siendo el menos amable. La causa lo requiere. Termino con Eugene Choi, el personaje que da nombre a la serie y con el que se abre en la primera escena, con ese niño esclavo que mira al cielo y que lo sigue haciendo aunque se le advierte del peligro. Un kdrama necesita cierta dosis de romanticismo. Pues este personaje, y el actor que lo sostiene, es el romanticismo andante, que no necesita de piel sudorosa, ni de agónicos discursos, sino de miradas y de gestos.
Por último, los diálogos. Los personajes hablan mientras caminan, y caminan mucho, mientras comen y, a veces, mientras luchan. Además, el guion incorpora esa solemnidad medida que es propia de la cultura oriental, y nos ofrece grandes sentencias que se incorporan a nuestra filosofía de vida. Os dejo, finalmente, de ellas, que se va a quedar en la mía: “uno puede pensar que sus propios problemas son más grandes que los de los demás. Pero cuando hay un hombre frente a ti cuyo corazón ha sido arrancado, no debes decir que estás herido. Eso sería algo vergonzoso”.
Y todo lo anterior se cuenta a través de las complicadas relaciones entre los cinco personajes protagonistas: Eugene Choi, Go Ae-shin, Goo Dong-mae, Kudo Hina y Kim Hee-sung. Los cinco aparecen envueltos en unas circunstancias y en un pasado que en algunos casos conocemos en imágenes en el primer capítulo, al que se vuelve en insistentes flashbacks, y en otros, se descubre a través de los diálogos, como es el caso de Kudo Hina. Y todos ellos van evolucionando a lo largo de la serie, sin perder un ápice de su esencia. Lo hace Goo Dong-mae, ese coreano que deambula por las serie con la elegancia de un samurái y que siendo un miembro de la Sociedad del Dragón negro, cuyos principios son vivir para uno mismo, da su vida varias veces para proteger a los suyos. Pero destaco al inolvidable Kim Hee-sung, que se va convirtiendo en héroe, manteniendo su humor, su descaro y su hedonismo. Son tres hombres y dos mujeres, envueltos en una red de sentimientos, de debilidades y de tropiezos, que llegan a ser épicos, incluso sin pretenderlo.
En cuanto al trío masculino, los tres enamorados de la misma mujer, no caen en el tópico de la rivalidad; más bien son cómplices y aliados en la admiración y la defensa de una persona, y quizás por eso, da gusto verlos beber juntos, reírse unos de otros e, incluso, admirarse y cuidarse. Por su parte, tenemos a dos grandes personajes femeninos: Kudo Hina, que va ocupando más espacio capítulo a capítulo, yo creo que por la potencia que le da la actriz que la encarna. Difícil encontrar una mejor forma de encarnar lo que es ser una mujer independiente en una sociedad patriarcal y machista, sin renunciar a la feminidad. Es la heroína silenciosa. Y luego está la heroína declarada, Go Ae-shin, que, a mi parecer, es el personaje más difícil de abarcar. Queda muy bien reflejado por el contraste entre los colores con los que se viste, y con esa idea que ella repite de que nació para ser una flor delicada y ella quería ser una llama. Sigue unos pasos que ha trazado desde un principio y es la que menos se desvía de ellos y la que toma las decisiones más difíciles. Por eso empieza siendo el personaje más encantador y termina siendo el menos amable. La causa lo requiere. Termino con Eugene Choi, el personaje que da nombre a la serie y con el que se abre en la primera escena, con ese niño esclavo que mira al cielo y que lo sigue haciendo aunque se le advierte del peligro. Un kdrama necesita cierta dosis de romanticismo. Pues este personaje, y el actor que lo sostiene, es el romanticismo andante, que no necesita de piel sudorosa, ni de agónicos discursos, sino de miradas y de gestos.
Por último, los diálogos. Los personajes hablan mientras caminan, y caminan mucho, mientras comen y, a veces, mientras luchan. Además, el guion incorpora esa solemnidad medida que es propia de la cultura oriental, y nos ofrece grandes sentencias que se incorporan a nuestra filosofía de vida. Os dejo, finalmente, de ellas, que se va a quedar en la mía: “uno puede pensar que sus propios problemas son más grandes que los de los demás. Pero cuando hay un hombre frente a ti cuyo corazón ha sido arrancado, no debes decir que estás herido. Eso sería algo vergonzoso”.