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Voto de Juan Poz:
6
7,5
60.307
Musical. Romance. Comedia. Drama
Mia (Emma Stone), una joven aspirante a actriz que trabaja como camarera mientras acude a castings, y Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz que se gana la vida tocando en sórdidos tugurios, se enamoran, pero su gran ambición por llegar a la cima en sus carreras artísticas amenaza con separarlos. (FILMAFFINITY)
14 de enero de 2017
30 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me temo que me van a dar de tortas anticríticas hasta en el carnet de internetidad, pero La La Land es, para quien lleva el musical en la sangre cinéfila desde hace cincuenta años, un auténtico refrito sin inspiración, lleno de clichés, con un nulo sentido de la filmación del “número”, despreciando la breve narración que exige la filmación de cada uno de ellos, y, a veces, con una puesta en escena que parece anular incluso el desarrollo del número, como ocurre en el de la casa que comparte la protagonista con sus amigas. Hay muy buenas canciones -Start a fire es magnífica-, y, excepto de Lovely Night Dance, quizás el mejor número de la película, de casi ninguna de ellas sale un número que pueda quedar en el recuerdo, como, preceptivamente, para que la película pueda formar parte de lo mejor del género, ha de suceder. De hecho, la extraordinaria City of lights no pasa de ser una pieza a la que no se le saca el partido que permite, a pesar de su pegadiza emotividad. A mi entender, Chazelle no ha acabado de captar algunas leyes básicas del género y se ha quedado a medio camino entre una historia tópica de aspirantes a triunfadores, de perseguidores del gran sueño americano del éxito, aquí “perpetrado”, en el caso de ella, con algo más que con el recurso deus ex machina; en el de él, más congruente con la renuncia temporal a “su sueño” a modo de inversión para poder conseguirlo más adelante. La historia es tan endeble que ni Gosling ni Stone saben nunca ni qué cara poner ni siquiera cómo dotar de cierta verosimilitud a unos personajes tan acartonados y tópicos que apenas, cuando llegan las fases dramáticas de su desencuentro, saben por qué actúan como lo hacen, salvo porque, como en las viejas películas del “destape”, “lo exige el guion”. No acaban de conseguir funcionar como pareja, no hay, digámoslo tópicamente, para estar a la altura de la película, la química imprescindible que enamore a los espectadores, que les haga seguir sus lances vitales con la emoción con que el guion pretende que los sigamos. No me gusta autocitarme, pero quien quiera saber exactamente qué significa el musical para mí, haría bien en leer esta crítica de tres clásicos del género, http://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com.es/2016/12/sombrero-de-copa-amanda-y-bodas-reales.html, donde resumo brevemente algunas de sus características esenciales que La La Land incumple, a mi modesto entender, flagrantemente. Quien tiene en la memoria títulos como Pennies from Heaven o la mismísima Singing in the rain, por no hablar de la maravilla de maravillas que es Los paraguas de Cherburgo, por ejemplo, difícilmente puede salir de ver La La Land sin una sensación de frustración, de “no es esto, no es esto”, que lo acompaña en la digestión difícil de tantas esperanzas como había puesto en este estreno. Decir, por ejemplo, que a la película le falta la “magia” del género, esa sensación que el espectador tiene de “necesitar” levantarse de la butaca y arrancarse a bailar, dejándose llevar por una coreografía que se crea con la instantaneidad de la inspiración que le transmite la música que oye, puede ser malentendido, pero en mi caso particular de veterano amante del género es “la piedra de toque” definitiva para saber si estoy ante un verdadero musical, ante una burda imitación o ante una desangelada recreación. No hace mucho vi Oklahoma, uno de esos clásicos que, ¡afortunadamente!, aún no había visto, y puedo decir que toda La La Land no se acerca ni siquiera mínimamente al número de la ensoñación de la protagonista, Out of my dream, una de las cumbres del género, sin duda. He de añadir, porque si no lo hago reviento, una circunstancia personal que puede haber enturbiado mi percepción de la película, pero de ningún modo embotado mi sentido crítico, hubo un momento -¡maldito momento!- en que sobre el rostro de Emma Stone se me calcó el del último Michael Jackson, y apenas hubo ya escena en que esa terrible fusión no me arruinara la función. Me fue imposible, a pesar de mis esfuerzos, apartarme de esa identificación que en modo alguno le hace justicia a una actriz tan estupenda y hermosa. La película está llena de aciertos visuales, porque Chazelle tiene un fantástico sentido de la puesta en escena y ha sabido mover a sus personajes en secuencias llenas de inspiración estilística, como la de la continuación de la película Rebelde sin causa, que se malogra en el viejo cine de reestrenos donde la ven los protagonistas, y que se “consuma”, por así decirlo, en el Observatorio Griffith real, donde se rodó la escena de la lucha de James Dean. En él Chazelle le saca un excelente partido al edificio y logra una secuencia muy inspirada, aunque la coreografía sin gravedad no consiga ni sorprender ni emocionar, por cierto. Pero, lamentablemente, eso es algo común a muchos números de la película, como la de los desaprovechados escenarios teatrales de la ribera del Sena, por ejemplo.
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spoiler:
Como la historia del desencuentro amoroso de los aspirantes es algo tan visto, he de reconocer que el contrapunto fantástico con que cierra Chazelle la película le concede un giro argumental que, aunque tan antiguo como el tan criticado sueño de El último, de Murnau, le pone un broche a la altura de sus innegables dotes artísticas. Que lo mejor de un musical sea la música no siempre, paradójicamente, es lo suyo, aunque suene a boutade. En este caso, he de reconocer que la obra de Justin Hurwitz tiene, en todo momento, un extraordinario nivel de inspiración. Que no haya el necesario machihembrado entre la historia y las canciones es algo que solo puede entenderse desde ese incumplimiento de las leyes del género del que he hablado en esta crítica. El musical y el realismo puro y duro se dan de coces, y eso es lo que, a mi juicio, ocurre en la película, y ahí están esas escenas feístas de las fiestas angelinas, tan agresivas estéticamente, by the way. Si hubiera habido algo más de “fabulación”, en vez de una suerte de crónica realista de los esfuerzos de los dos jóvenes por triunfar en un medio tan competitivo y en una ciudad tan desconsiderada para con los L (los losers) como L.A -y en la desesperación de la protagonista ante sus fracasos en los castings he encontrado lo mejorcito de la película-, y en ella, en la fábula, hubieran tenido los números musicales su razón de ser de forma “natural”, con ese hermoso artificio de los números que parecen nacer de la situación como su forma biológica de ser -me viene ahora el Let’s misbehave de Pennies from Heaven con un Christopher Walken maravilloso, striptease incluido…-, posiblemente, con la potencia imaginativa de la película que demuestra Chazelle, estaríamos hablando ahora, posiblemente de un nuevo clásico del género. Salí del cine con esa idea, la de que se había desperdiciado un excelente material, acaso porque el director -quien confesó no ser precisamente un amante de los musicales- se ha dejado llevar por el recuerdo de lo que fueron las cimas del género más que por la necesidad de lo que el género-en-sí exige. Dicho en otras palabras, me parece infinitamente más eficaz como musical El otro lado de la cama, de Emilio Martínez-Lázaro, que esta La La Land que pretende ser inolvidable y naufraga en el tópico y en la irrelevancia, en cierto discurrir anodino por caminos tan trillados como lamentablemente poco recreados con ese máximum de inspiración que el género impone a quienes se acercan a él con la humildad innegociable con que han de hacerlo. Una lástima. Pero quedan la música y no pocas imágenes a la altura del genio creador de Chazelle.