No voy a dar ningún detalle para no caer de morros en los spoilers. ¿Conocen la vieja expresión “meterse en camisa de 11 varas”? Le va mucho al último trabajo del endiosado manchego. Y es lo que piensas con los primeros 8 ó 10 minutos. A pesar de ello, por un momento te hace pensar que vas a ver algo diferente, pero enseguida te das cuenta que te vuelve a sumergir en el sempiterno universo almodovariano del que no sabe salir. Un universo que ya se le ha quedado estrecho, y que deja ver los michelines de su creatividad, como esas viejas “glorias” del espectáculo tipo Sara Montiel, que se empeñan en cerrar las cremalleras de un pasado que ya ni les cabe.
Cierto que le ha dado estructura y desarrollo yanquis, sí, pero más propio de los telefilmes malos y baratos que nos colocan las sobremesas de los week-ends Antena3 y la tve1 diciendo que son películas.
Aparte de dejarnos claro que conoce perfectamente la psicología de un chulo, “La piel que habito” es deliberadamente simplona, con un argumento de fotonovela repetido una y otra vez en su histórico filmográfico. Previsible y banal. Es aburrida, no hay intriga, ni pasión. Y si no fuera por el acento castellano, a ratos parece que estás viendo un culebrón venezolano escrito por Boris Izaguirre, sobre todo cuando habla el calvo vestido de tigre. Un desastre adornado con algo de ciencia, porque nada de lo que en ella se dice o se ve, es ya ciencia-ficción, llega con mucho retraso. Quizá se deba a que el coguionista del supuesto “renacer” de Peeedrooo, es su tranquilo y querido hermanosocio Agustín, que digo yo que para qué se mete en estos saraos, si haciendo de productor y actor de relleno, ya quedaba bien. Nada es creíble en los personajes, y los peores son los de Antonio Banderas y Marisa Paredes, que la pobre hace lo que puede para sostener un rol absurdo que quiere pero no llega a la inquietante sirvienta de la Hitchcockniana “Rebecca”
“La piel que habito” está enferma, tiene parásitos de sopor y hastío, la sarna del creador adormecido en la autocomplacencia. Después de ver esta menguada obra, no cuesta nada creerse que los hermanos Almodóvar guardan sendas copas de cristal para recoger sus respectivas lágrimas, cuando los síncopes artísticos les golpean las mentes. Así están ellos, de tanto síncope, y de tanto poder, despegados de la realidad.
Lo único de valor de este indeseable producto de EL DESEO, S.A. es la música de Alberto Iglesias, y tener el inmenso placer de ver y oír a doña Concha Buika