El final de esta película son todas las posibles secuelas de Infiltrados en la universidad en una broma metafílmica muy divertida a costa del hecho, nada desdeñable, de que el Hollywood contemporáneo lleva muchos años haciendo de política oficial el sacar rédito de la misma idea, actores y concepto mientras genere dividendos en taquilla.

El humor de la primera 21 Jump Street o Infiltrados en la universidad como se conoció en esta España desnortada y única, funcionaba, en gran medida, como anticipo de lo que venía: los titulares de la generación millennial convertidos en tópico periodístico y en gran medida falsa cartografía sociológica, la nostalgia de los años 90 como motor para bromas más y más desmadradas, y el bromance como respuesta a todo.

La secuela es exactamente eso, con la misma química entre actores y una historia que está más feliz con un chiste a costa de ANnie Hall que con narrar una historia policíaca. Lo cual marca el fin de una época o de dos y bien está.