Media votos
5,1
Votos
830
Críticas
21
Listas
3
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Sebastian Arena:
10
![](https://filmaffinity.com/images/myratings/10.png)
7,0
45.359
Comedia. Drama
En Nueva York, dos matrimonios se reúnen, en principio de manera civilizada, para hablar de la reciente pelea que han tenido sus hijos en un parque. Pero el encuentro se complicará hasta límites insospechados... Adaptación de la obra teatral homónima de la autora francesa Yasmina Reza. (FILMAFFINITY)
2 de mayo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un cínico (Waltz), una idealista (Foster), un irreverente conciliador (Reilly) y una realista radical (Winslet) se sientan a conversar. Sin poderse contener, la idealista da muestra de cuán elevados son sus modales y valores morales, instando a los demás a que la elogien sutilmente al respecto. La realista radical concede con una sonrisa el comportamiento megalómano de su compañera; y, mientras tanto, el irreverente conciliador no lo es tanto frente al cínico, que habla por su celular o con los demás con afán indiferente.
[Superficialmente] IMPARCIAL: «Una palabra que establece una intención clara y sin margen para malentendidos» (del cínico Waltz).
A primera vista, cuatro ciudadanos decentes (como el irreverente conciliador apuntó) que discuten tautológicamente acerca de una cuestión trivial que, por supuesto, bajo sus palabras adquiere dimensiones míticas. Porque, tanto para la idealista como para el irreverente y la realista, un acto de violencia es sólo el estímulo que les lleva a cuestionar no sólo los unos a los otros, sino a toda la humanidad. El cínico está allí, casi siempre con una sonrisa. Comenta las apreciaciones de sus compañeros de mesa con placentera serenidad y luego de uno que otro altibajo, logra descender a su nivel.
Ahora todos son iguales. Todos humanos, no ciudadanos decentes, ni amigos de Fonda. Ya no les importa estar colectivamente preocupados por el sufrimiento más allá de las puertas de esa casa.
«Sólo somos superficialmente imparciales. ¿Por qué deberíamos ser imparciales?» (de la idealista Foster).
¡Nada termina aquí! Exaltación, una tras otra. Gritos. Insultos. El insulto es una forma de violencia. Depende. La realista y la idealista muestran sus garras en el juego de poder. El cínico y el irreverente disfrutan del espectáculo. La mesa huele a vómito, pero no es este el quid de la cuestión. Ninguno de los cuatro puede decirse a sí mismo: «ego te absolvo».
[Continúo en «spoiler»...]
[Superficialmente] IMPARCIAL: «Una palabra que establece una intención clara y sin margen para malentendidos» (del cínico Waltz).
A primera vista, cuatro ciudadanos decentes (como el irreverente conciliador apuntó) que discuten tautológicamente acerca de una cuestión trivial que, por supuesto, bajo sus palabras adquiere dimensiones míticas. Porque, tanto para la idealista como para el irreverente y la realista, un acto de violencia es sólo el estímulo que les lleva a cuestionar no sólo los unos a los otros, sino a toda la humanidad. El cínico está allí, casi siempre con una sonrisa. Comenta las apreciaciones de sus compañeros de mesa con placentera serenidad y luego de uno que otro altibajo, logra descender a su nivel.
Ahora todos son iguales. Todos humanos, no ciudadanos decentes, ni amigos de Fonda. Ya no les importa estar colectivamente preocupados por el sufrimiento más allá de las puertas de esa casa.
«Sólo somos superficialmente imparciales. ¿Por qué deberíamos ser imparciales?» (de la idealista Foster).
¡Nada termina aquí! Exaltación, una tras otra. Gritos. Insultos. El insulto es una forma de violencia. Depende. La realista y la idealista muestran sus garras en el juego de poder. El cínico y el irreverente disfrutan del espectáculo. La mesa huele a vómito, pero no es este el quid de la cuestión. Ninguno de los cuatro puede decirse a sí mismo: «ego te absolvo».
[Continúo en «spoiler»...]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
ORGULLO: «Es el poder que te da la fuerza para sobrevivir» (Franklin)
He aquí que todos nuestros oradores están cansados. Una ha vomitado, la otra ha gritado sin cesar; el uno se ha quedado extrañamente absorto aunque antes había participado con suficiente racionalidad, y el otro sólo sonríe y fuma. Indiferentes selectivos, definitivamente. ¿Y qué hay del narrador, del obsesivo calificador que escribe estas líneas? Oh, él se avergüenza de su trabajo. Pero aún así mantiene su sonrisa maliciosa.
«Hace falta un poco de educación para sustituir la ley basada en la violencia. El origen de la ley, como sabes, es la fuerza bruta» (del cínico Waltz).
Como cualquier obra maestra, Un dios salvaje (Carnage, 2011; dirigida por Roman Polanski) sobresale más por lo que insinúa que por lo que muestra realmente. Vale más por las preguntas y otras cuestiones que plantea, que por las posibles respuestas que en ella se encuentren. Habría que imaginar un verdadero diálogo entre un(a) idealista, un(a) realista radical, un(a) irreverente conciliador(a) y un(a) cínico(a); ¿sería tan opresivo y relativamente interminable como éste?
Es difícil saberlo sin experimentarlo. Pero eso no importa. Sugestión. Trampa. Seducción. El arte tiende a raptar nuestra atención, a alejarnos de la realidad, o a acercarnos excesivamente a ella. Pero eso no importa. El quid de la cuestión, de la sugestión, de la seducción, de la trampa, es darse cuenta que uno fue sugestionado, seducido y/o atrapado.
Ser conscientes y, a partir de ello, volver a nuestra placentera serenidad, a nuestra colectiva preocupación por el sufrimiento ajeno; a nuestra cotidianidad. ¿No es algo maravilloso? (ironía y algunas risas de fondo; el narrador tose y se retira).
«A nadie la importa nadie salvo uno mismo. Claro que todos querríamos creer en una posible corrección. Una en la que seamos los autores [de un mundo] completamente libre de egoísmo». (POLANSKI & REZA, Carnage, 2011).
He aquí que todos nuestros oradores están cansados. Una ha vomitado, la otra ha gritado sin cesar; el uno se ha quedado extrañamente absorto aunque antes había participado con suficiente racionalidad, y el otro sólo sonríe y fuma. Indiferentes selectivos, definitivamente. ¿Y qué hay del narrador, del obsesivo calificador que escribe estas líneas? Oh, él se avergüenza de su trabajo. Pero aún así mantiene su sonrisa maliciosa.
«Hace falta un poco de educación para sustituir la ley basada en la violencia. El origen de la ley, como sabes, es la fuerza bruta» (del cínico Waltz).
Como cualquier obra maestra, Un dios salvaje (Carnage, 2011; dirigida por Roman Polanski) sobresale más por lo que insinúa que por lo que muestra realmente. Vale más por las preguntas y otras cuestiones que plantea, que por las posibles respuestas que en ella se encuentren. Habría que imaginar un verdadero diálogo entre un(a) idealista, un(a) realista radical, un(a) irreverente conciliador(a) y un(a) cínico(a); ¿sería tan opresivo y relativamente interminable como éste?
Es difícil saberlo sin experimentarlo. Pero eso no importa. Sugestión. Trampa. Seducción. El arte tiende a raptar nuestra atención, a alejarnos de la realidad, o a acercarnos excesivamente a ella. Pero eso no importa. El quid de la cuestión, de la sugestión, de la seducción, de la trampa, es darse cuenta que uno fue sugestionado, seducido y/o atrapado.
Ser conscientes y, a partir de ello, volver a nuestra placentera serenidad, a nuestra colectiva preocupación por el sufrimiento ajeno; a nuestra cotidianidad. ¿No es algo maravilloso? (ironía y algunas risas de fondo; el narrador tose y se retira).
«A nadie la importa nadie salvo uno mismo. Claro que todos querríamos creer en una posible corrección. Una en la que seamos los autores [de un mundo] completamente libre de egoísmo». (POLANSKI & REZA, Carnage, 2011).