El primer éxito compartido de director (Ivan Reitman) y protagonista (Bill Murray), hacía también empezar a despegar como coguionista a Harold Ramis, la tercera pata de la mesa (la cuarta sería Dan Aykroyd) de aquellos míticos Cazafantasmas que llegarían años más tarde. Aquí se inicia el principio de varios encuentros exitosos entre todos ellos. Ese inicio delata la lozanía aún de todos cuantos forman la parte esencial del equipo, haciéndola pecar de una inocencia en la que probablemente tenga mucho que decir el tipo de público hacia el que va orientada, ese mismo al que se le pregunta si está listo para el verano desde una pegadiza canción. Algunos detalles dejan salir la picaresca propia de las hormonas adolescentes, pero la ingenuidad inherente de alguien que se encuentra en un campamento infantil y juvenil, además de la época en la que fue hecha, elimina cualquier posibilidad de salir de veras del cascarón y ese tipo de golfadas pudieron ser mejor aprovechadas en otros títulos con todos sus protagonistas con edad suficiente para poder votar.
Aunque lo que ocurre con 'Meatballs' en primer lugar es el castigo del paso del tiempo, algo que pasa más a menudo de lo que uno quisiera. Y en segundo, denota con sus bromas pueriles que la comedia es un arte en el que hasta para hacer gamberradas hay que saber hacerlas: no es que no tengan gracia, es que su perspectiva familiar lastra cualquier intento de que esas mismas bromas sigan teniendo gracia superada cierta edad. En cualquier caso, sigue siendo un placer ver la comicidad del señor Bill Murray, como se aprecia, por ejemplo, en la escena en la que su personaje (Tripper) es entrevistado para la tele local con objeto de la marcha en autobuses de los escolares hacia los diversos campamentos. Toda una pequeña lección de ironía encerrada en una respuesta en pro de deshacer el favoritismo elitista. ¿Verdad que le pega mucho? Sobra decir que él es la razón elemental de verla y el origen generalizado de cualquier recuerdo.