De primeras puede parecer un argumento manido, más si cabe cuando la serie arranca con Piper Chapman (Taylor Schilling), una pija revenida entrando en prisión como el que entra a un centro comercial hablando de vestidos, zapatos y bodas. Nada más lejos de la realidad, la entrada de “Chapman” en la penitenciaria servirá como hilo conductor para darnos a conocer al resto de personajes. Unos personajes que conoceremos mediante el modelo de Flashback, algo que ya hizo “OZ” pero sin ser tan ordenado y por supuesto quitándonos gran parte de la violencia explícita que “Oswall” nos regalaba.
A medida que la serie avanza los personajes toman profundidad, cada gesto, cada arruga, cada guiño conlleva un drama, las decisiones que se van tomando hacen de este paseo penitenciario un vaivén difícil de predecir. A pesar que en el casting predomina el género femenino nos encontramos con guardas masculinos que ayudan, abusan o interaccionan con las reclusas, de entre los papeles masculinos cabe destacar la recuperación de Jason Biggs, que prueba suerte en la televisión con un papel con ciertas similitudes al que le catapultó a la fama en la saga “American Pie”.
Un paralelismo con la realidad abrumador, donde las tramas raciales se ven edulcoradas en el forma pero no el fondo, donde el machismo lo marcan las mujeres y donde el papel del hombre queda solo expuesto en el mando y la autoridad, unas interpretaciones brillantes sobre unas historias de personas es lo que nos ofrece Orange Is The New Black, la nueva joya de Netflix.