Labrose mi abuelo una reputación en casa.

Edificó una cálida fortaleza en el rincón más próximo a la chimenea del viejo sofá de cuatro plazas que gobernaba el salón.

En su acogedora trinchera pasaba las tardes alternando crucigramas y cabezadas bajo la suave presión y el agradable tacto de una manta escocesa.

En la gloria.

Desde la plaza más lejana al fuego, aprovechando que el cabeza de familia dormía, observé sus avances con el pasatiempo. Sólo había resuelto la nueve vertical, de nueve letras: nombre de varón.

E
L
E
U
T
E
R
I
O

Con esos cimientos, pensé, no le van a encajar las piezas. Apuesta muy alto.

Al despertarse, volvió a rascar la mina contra el papel, ante mi asombro y curiosidad.

- ¿Cómo va el crucigrama, abuelo?
- Bien.

Escribía poco. Y de vez en cuando, me cuestionaba.

- Cuatro letras, Estebican: atreverse.
- Osar, abuelo, parece mentira.
- No puede ser, empieza por R... mmh... ¡ah!, ya sé…

Y volvía a rascar la mina contra la hoja.
Y siguió, y rascó, y cabeceó, y lo terminó. Fe.
Pero demasiada trampa, y escasa verosimilitud, sobre el papel.

No es lo mismo una buena idea que un buen guión.