Segunda parte de la trilogía que continúa desde el final de la primera parte, aunque en primer lugar se inserta un prólogo que no resume exactamente lo que ocurrió en la película anterior.

Asistimos de nuevo a una producción que mezcla de nuevo el terror y la comedia, pero en este caso es más bien el humor el que desequilibra claramente la balanza. Especialmente memorable resultan la escena y posteriores gags de la mano del protagonista. Y qué decir de cuanto el espíritu maligno intenta poseerlo.

Sam Raimi consigue hacer una película prácticamente igual a la anterior, en los mismos escenarios, sólo que con algunas situaciones nuevas y pese al déjà vu que en más de una ocasión podemos sentir consigue rematar un producto interesante. Y la mayor parte del mérito es de Campbell, que demuestra que siente muy dentro de sí a su personaje y se hace con él desde el primer momento. Y no es necesario tener más personajes, él solo se basta para combatir con los fantasmas. Un humor más slapstick que inteligente, pero puesto en escena de una forma muy acertada.