Con un interesante punto de partida distópico, La conjura contra América va de más a menos. La miniserie, de seis capítulos, tiene un comienzo prometedor, con esa atmósfera agobiante y terrorífica, que se hace más latente según los Estados Unidos se van posicionando del lado alemán y los judíos norteamericanos van sufriendo el desprecio, humillación y violencia de sus propios compatriotas. Sin embargo, cuando la historia va avanzando, ésta, o la forma en que se nos cuenta, se muestra muy torpe.

Algo que sorprende, ya que David Simon es un maestro a la hora de contar historias. En sus mejores trabajos -The Wire, The Deuce, Show me a Hero- los personajes tienen muchas aristas. Incluso identificando a los malos de la función, la ambigüedad de estos llega, en la mayoría de los casos, a atraer al espectador.

En La conjura contra América, estos roles son presentados de una forma muy burda, especialmente los judíos que colaboran con la Administración Lindberg, representados con muy poca sutileza, como idiotas y arrogantes. Quizá la imagen que se da de estos personajes sea lo que más chirría en este sentido, restando autenticidad al relato general.

Como puntos positivos, podemos destacar la ambientación sobresaliente que te transporta a aquella época. El trabajo interpretativo, especialmente de los más jóvenes -Azhy Robertson y Jacob Laval- y destacando a la siempre brillante Zoe Kazan, una de las mejores intérpretes femeninas en la actualidad, también es un punto a favor de la miniserie. Pero, como indicaba anteriormente, esta se va diluyendo, cayendo en una sucesión de toscos detalles -la aparición del Klu Klux Klan y cómo esta organización actúa en connivencia con la policía norteamericana- hasta llegar al grotesco y manipulador final.

Afortunadamente, la historia no sucedió como narró en su relato semi autobiográfico, Philip Roth. Su papel es el del pequeño de la familia protagonista en la miniserie, los Levin. Imagino que la novela, con muchos más detalles y profundidad, dejará a sus lectores más satisfechos. Desafortunadamente, en esta ocasión David Simon me deja con una sensación más agria que dulce.

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