Damas y caballeros, permítanme anunciarles que hace unos minutos acabo de visionar, por vez primera, Bagdad Café. Debo reconocer que no tenia formada ninguna expectativa al respecto. Es más, ni siquiera en mis planes de hoy cabia sentarme e invertir los noventa minutos que, tristemente, serian unos de los peores de mi vida.
Obviamente, tras terminar con ese infortunio cinematográfico, corrí aquí para avisar a todo del mundo, a fin de que evitaran a toda costa el visionado de esa aberración. Y, amigos, no doy crédito a mis ojos.

Al parecer, Bagdad Café goza de una popularidad altísima. Varios usuarios, entiendo, de capacidades mentales limitadas, se deshacen en elogios ante tal monstruosidad de celulosa.
Por eso, os pido que abrais los ojos. Eso es. Abridlos, aunque sea una sola vez, durante la proyección de Bagdad Café. Si con eso no basta para haceros cambiar de opinión respecto a esa bola de caca nominada a un Oscar, entonces es que además de ciegos soys también bobos.

Noventa minutos de colores absurdos, de gordas que hacen magia, de viejos que pintan gordas, de negras abandonadas por sus maridos, y de maridos que abandonan a sus mujeres negras para irse a vivir unos cién metros más allá, nada más y nada menos que en su vehículo, para espiarlas con prismáticos y repetir su nombre como un maníaco en plena furia masturbadora.

Señores, a todo eso en mi pueblo se le llama puta mierda, y eso es justamente lo que es esta basura, injustamente calificada como película.