Mucho me temo que no es cuestión de buscarle tres pies al gato. Suele ocurrir. No hay que escandalizarse. Hasta los más grandes directores se han dado un gran batacazo y no precisamente al comienzo de sus carreras, y para resumir, “Ámsterdam” es una película que no reviste ningún interés porque es mala. Creo que no irritará a la mayoría que la vean, se le puede dar uno, dos o tres puntitos, más sería un exceso, da igual, incluso habrá quien o quienes la quieran reivindicar, pero no sería el caso de apoyar una obra maestra incomprendida como por ejemplo lógicamente ocurrió con la versión íntegra de “La puerta del cielo”. En absoluto. Sería como si se quisiera ensalzar a “Los vengadores (1998)” o “Ishtar”, un producto que a saber y porqué le podría gustar a alguien, pero desde luego por razones cinematográficas de peso no.

Y la respuesta al ¿qué ha fallado? Es simple. Pues todo. Todo en ella está fuera de lugar, mal utilizado o desaprovechado. Ha contado con un presupuesto que ronda los ochenta millones de dólares (que pueden ser muchos más pero su productora pasa de precisarlo), se han rodeado de un buen equipo técnico de renombre y un reparto estelar. Y el hostiazo ha sido monumental. ¿Merecido? Por supuesto que sí.

Su director, David O. Russell ha pensado que era un genio y que podía abarcar toda clase de géneros, mezclarlo con sabiduría al estilo de no sé si de Wes Anderson, Terry Gilliam o Jim Abrahams con Davis y Jerry Zucker en “Top Secret!”, tanto en su guion como en su ramplona dirección. Y no ha sido así. Es decir, la base en que se mueve “Ámsterdam” ya era errónea, ya que es una intriga sin “suspense”, una comedia sin gracia, un drama que no afecta y en definitiva una película que no interesa nada de lo que te puedan llegar a contar dentro de este caos insulso de dos o horas y cuarto. Se podrá ser benevolente intentando justificarla, pero es imperdonable el cúmulo de errores y su deficiente resultado.

Tampoco hay que desgranar mucho, no lo merece, pero por ejemplo que el gran Emmanuel Lubezki haga un trabajo a la fotografía tan mediocre, sobre todo en los interiores más cerrados, como puede ser un laboratorio, donde la mayoría de los rostros de los actores parezcan que van dentro de un ovni por el uso desmedido de los “sticos” (pantallas reflectoras) y es patético.

Su ambientación muy documentada. Un vestuario bonito como su dirección artística. Tan sólo haría falta ver la etiqueta colgando de los marcos o jarrones que se utilizan, ya que le falta polvo, barro, vida. Todo es impoluto, artificial.

Ellas rechinan menos que ellos, pero sus actrices, como Margot Robbie (es la mejor y está mal), Anya Taylor- Joy, Andrea Riseborough o Zoe Saldana (muy impostada) parecen desnortadas. Ellos peor. El pobre de Michael Shannon o el esfuerzo de Mike Myers en su ejercicio de vocalización es inútil, así como la aportación de De Niro, que al final, en los créditos, vemos, en pantalla partida, los discursos en paralelo de su personaje, el general Gil Dillenbeck y del personaje en que se basa, Smedley Butler, donde se aprecia su trabajo, pero da igual. Malek o Nivola intrascendentes. Y la palma va para John David Washington (uno de los actores más morcones y deficientes del momento, como demostró en “Tenet”, siendo lo peor del film de Nolan) que aquí, aunque mal, no es sólo culpa suya y Christian Bale, un gran actor que aquí hace uno de sus trabajos más desafortunados de su carrera, resultando falso y cargante.

No sé si se me queda algo en el tintero, pero concluyo. Mientras antes termine antes se me olvidará que la vi. Eso sí, debería arrasar en los Razzies, al menos en nominaciones. Desconozco si se han producido para cine más truños de semejante calibre esta temporada.