Sorpresa bastante agradable en una cartelera truñada (que no trufada) de cine de ver y olvidar de manera casi instantánea.
La primera razón para su disfrute, ya en su comienzo, es encontrarme la magnífica banda sonora a cargo de Niklas Paschburg que va como anillo al dedo a esta cinta que bien podría definirse como un híbrido de Intocable y la serie Merlí.
La segunda, que ha llegado a divertirme y emocionarme a partes iguales y que ese temor inicial acerca del tratamiento del tema de la discapacidad en la película se disipa enseguida dado que aunque es amable no es condescendiente ni esquiva aspectos duros que suelen acompañar a quien padece alguna diversidad. No en balde, el actor Alexandre Jollien es en la vida real director, filósofo y escritor pese a su también real parálisis cerebral. Y según he leído, hay cosas que cuenta en la película que guardan mucha similitud con episodios vividos (su infancia, por ejemplo).
Para echar un muy buen rato y, de paso, llevarse una buena dosis de enseñanzas, emoción y optimismo.