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Voto de antonio lopez herraiz:
10
Acción. Thriller Un tal Simon siembra el pánico en las calles de Nueva York haciendo explotar una serie de bombas, y asegura que no dejará de hacerlo a menos que el agente John McClane acceda a jugar con él a un juego llamado "Simón dice". Con la ayuda de Zeus, un electricista de Harlem, el agente comienza una trepidante carrera para resolver las adivinanzas planteadas por el terrorista y, al mismo tiempo, para averiguar sus intenciones. (FILMAFFINITY)
17 de agosto de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si lo oí mencionar en alguna ocasión a Álex de la Iglesia o Guillermo del Toro -en ninguno de los dos casos me extrañaría- que, de vez en cuando, es más divertido coger a un tipo fracasado, un perdedor de manual, o simplemente transformar en perdedor al héroe para crear al antihéroe idóneo. John McClane está fabricado de esa pasta en su primera aventura en casa, en Nueva York, pero física y anímicamente vapuleado, obligado a salir a pegar tumbos por la ciudad para detener a un pirado que está volando (literalmente) su mundo:
"¡Yo estaba muy a gusto en mi sofá, bebiendo, fumando y viendo dibujos animados!"
Pero lo que sí sé a ciencia cierta es que a un John McTiernan -reincorporado en ésta- tampoco le faltaría razón cuando, en años venideros, reivindicase en repetidas ocasiones que todas las películas de 'Die Hard' que no dirigió él son repeticiones de la fórmula que él aplicó anteriormente en las suyas.
Y como los que le sucederían en el siguiente siglo el tercer episodio de 'Die Hard' era una buddy movie, casi una 'Arma Letal' que Bruce Willis compartía orgullosamente con Zeus -no le llames Jesús o te meterá un rayo por... bueno, tú ya lo sabes- catapultando, más si cabe que otra ocasión precedente en la que compartiría créditos con Willis, a Samuel L. Jackson a un estrellato definitivo.
Jeremy Irons opta por salir del paso como villano tomando prestado, en respectivas mitades de película, carácter y vestuario mediante, los mejores atributos de sus predecesores, potenciándolos incluso: la elegancia y el cinismo de Alan Rickman -y por cinismo me refiero al brillante instante en que finge horrorizarse estupefacto a un banquero que detalla lo sucedido tras un atentado- mas la fachada de matón implantada por William Sadler -sin necesidad de lucir cachas, a Irons le basta con zamparse un huevo sin soltar la metralleta-. A partir de entonces, ya en el próximo milenio, los malos de la franquicia no sabrían por dónde tirar.
La cantautora Sam Phillips -el alma mater musical de 'Las Chicas Gilmore'-, paradójicamente, no suelta ni una palabra, y no le hace falta para acojonarte cuando miras su garganta o empieza a pegar volantines a lo Pancho Cespedes con el machete rajando al que le tape el paso.
Que me perdonen los adeptos de Billy Wilder, pero éste sigue siendo mi ejemplo predilecto de cómo sacar el jugo a 'When Johnny comes marching home' para adornar una película: bien para reconciliarte con tu ex por teléfono o un desvalijamiento. Michael Kamen nació para sacar tanto brillo a Beethoven como al cancionero popular de la Guerra de Secesión.
Simon dice: hay terceras pa-pa-partes que son tan bu-bu-bu... buenas (¿e incluso mejores?) que la primera. Y eso no va por Vivancos.
antonio lopez herraiz
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