La Teoría del Todo bien podría ser la cúspide de un género que ha evolucionado bastante en los últimos años: el telefilm bien hecho. Últimamente hemos visto varias películas normalmente basadas en hechos reales que tienen una estructura de telefilm de estos que duran siete horas, sólo que están muy bien hechos. La Teoría del Todo podría haber sido una de esas películas de sobremesa en las que te duermes y al despertar horas después todo sigue igual, pero gracias a Dios no fue así.

Y no lo es, aparte de por cuestiones técnicas rara vez visibles en un telefilm, por las estupendas interpretaciones. No suelo enamorarme de actuaciones netamente físicas como la de Eddie Redmayne, pero ésta es absolutamente impresionante. El resto de compañeros redondean también el cuadro interpretativo con su grata personalidad, aunque rara vez en la película despegarás los ojos de Redmayne si aparece éste en plano.

Una película pensada para ensalzar la figura de uno de los hombres de ciencia más importantes del siglo. A pesar de que hay un evidente componente dramático adoré el hecho de que no se recrearan en él. Todos sabemos que la película podría haber sido mucho más dura, pero James Marsh parece sabiamente optar por presentarnos todo como algo casi contextual. No es una película que te pueda llegar a emocionar, pero sí que te tendrá pegado durante sus dos horas que parecen una.

Un triunfo dentro de un género a veces demasiado facilón. Directa, sin excentricidades ni lágrima barata.