Barry Sonnenfeld pretendió con Wild Wild West asentar un género que creó en sus Men in Black. Por desgracia (o por fortuna) la cosa no cuajó, y las dosis de humor casposo que metió en su western steampunk no llegaron a convertirse en nada de lo que el hombre tenía en su mente. Cómo será la cosa de grave que hasta Will Smith no se ve tan simpático como de costumbre. No hablemos de Kevin Kline, encarnando a uno de los peores personajes que he visto en una película. Eso sí, Kenneth Branagh es bastante salvable.

Y es curioso que, a pesar de que la película es mala hasta el dolor, precisamente lo que me gustó de ella fue ese patriotismo, esa mezcla extraña de ideas que la mayoría de veces parece imposible y otras llega a despertar la curiosidad. También juega a su favor que tiene momentos divertidos, y no es para menos teniendo en cuenta los nombres que se mueven en pantalla y los que dirigen el obvio despropósito. Quizá es que en Men in Black había mucho de Spielberg, más de lo que pensábamos.

Como digo, divertida en algunas ocasiones, pero siempre suele haber una broma fuera de sitio que te hace creer estar viendo un monólogo de humoristas en Noche de Fiesta. Comprendo que pueda gustar, pero a mí desde luego, ni por asomo. Decir lo contrario sería casi insultar el resto de la obra de Barry Sonnenfeld.