Último de los peplums bíblicos que su director filmó en los años 60. En esta ocasión, al tratarse de una coproducción con España, a medias con Francisco Pérez-Doltz ("A tiro limpio", 1964). Sin la solemnidad, a veces algo impostada, que era habitual en el tratamiento del cine bíblico por parte de Hollywood, su gran virtud es su naturalismo.

Dividido, no obstante, en dos partes claramente diferenciadas, el filme resulta algo desigual, ya que la segunda, dedicada a Sansón, carece de punto de comparación posible con el clásico de Cecil B. de Mille (Sansón y Dalila, 1949) tratando el mismo el tema, siendo bastante más logrado el primer segmento dedicado a Gedeón.

Hay en este primer segmento una singular utilización el paisaje almeriense, mientras el dedicado a Sansón se filmó en interiores en Roma, además de unas interpretaciones bastante más atinadas entre las que sobresale la interpretación de Fernando Rey del ángel enviado por Yaveh. Y hasta una Maruchi Fresno en un rol, como esposa de Gedeón, bastante distinto a los que habitualmente le asignaban.

En el segundo de ellos no llega a estar presente nunca la fuerza dramática del clásico. Y el protagonista, Anton Geesink es aún más hierático que Victor Mature en la primera. Lo que ya es decir.