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Argentina Argentina · Buenos Aires
Voto de carlygom:
9
Animación. Drama. Comedia La película tiene por protagonista a un motivador profesional que, cuanto más ayuda a la gente, más monótona y anodina es su vida; todo el mundo le parece y le suena igual. Hasta que la voz de una chica le suena diferente y está dispuesto a abandonarlo todo y a todos por alcanzar la felicidad con ella. Película de animación escrita por Charlie Kaufman (Adaptation) con la colaboración de Dan Harmon (creador de Community). (FILMAFFINITY)
8 de febrero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez una de las claves de cualquier arte sea la eterna deconstrucción a la que suele estar expuesto, producto del espíritu renovador que anida naturalmente en cada artista. Y como cada tanto se nos da por considerar al cine también como un arte, tal como ocurrió con Melies, Kulechov, Einsenstein o Godard, no es ajeno a cada revolución que implique mostrar un nuevo enfoque en ese difícil emprendimiento. Así como al teatro le costó superar los moldes que le imponían los escenarios, la actuación y las convenciones de la “representación”, al cine aún le sigue costando la identificación magnética que siente el espectador con respecto a los límites implícitos en la tradición del lenguaje.

El implicarse con el mundo empresario en el que abundan los gurúes que enseñan a los empleados a descubrir “dentro de ellos mismos” el camino del éxito, nunca se tiene demasiado en cuenta la identidad real de tales expertos, y ni siquiera si son humanos… o muñecos presos de grandes mecanismos conductistas, y a los cuales les está vedado no ser exitosos, o no transmitir en la comunidad laboral la obsesión que permita lograr sentirse operadores perfectos.

Para un asistente poco advertido, encontrarse con un film de una problemática humana tan border protagonizada por muñecos que simulan ser títeres (y que no tratan de parecer reales) es abordar la duda de si no somos más que engendros carentes de la importancia que solemos autoasignarnos. Nada menos.

Una interesante manera de entrar en tema. Con un protagonista de conducta crítica y discutible. Cuyo esquema neurótico es no poder abandonar cierto aburrimiento que le produce la monotonía del juego social, los vínculos y la vida misma.

De todas maneras, habría dos maneras de interpretar la cuestión, una moralista (no son humanos, son sólo títeres manipulados por artistas) y otra algo más desesperanzada (el arte como instrumento meramente externo, que una vez más representa el drama humano).

¿Y cuál es el drama? El del tipo que le arregla la vida a todos, pero la de él se desarregla cada vez más. Y presencia con lucidez cómo se va despedazando sin poder hacer mucho. Las escenas finales del film son desgarradoras, ¿otra película estadounidense que no la hacen finalizar de acuerdo a las convenciones usuales?
Tal como pasa en algunas difíciles tramas de cierto cine profundo, Kaufman se divierte enlazando en su guión cuestiones posibles de asociar con lo que se está presenciando (siempre y cuando uno las pesque, y una vez localizadas las pudiera llegar a decodificar). De tal manera, el film se transforma en un juego interesante y que agrega sentido al guión, aunque sea como chanza o jueguito de autor, y en el que el espectador se anime a entrar. Así será posible encontrarle sentido al compañero temeroso de butaca en el avión, los devaneos en el trazado de la conferencia del protagonista o la elección de la canción ochentosa de Cindy Lauper. ¡Y ni hablar del nombre del hotel, que se llama Fregoli! El mismo nombre del famoso actor por su capacidad para asumir distintas personalidades a gran velocidad, y que diera nombre –nada menos- que a un complicado síndrome psiquiátrico que suele afectar a casi la mitad de los enfermos mentales: el de temer que los otros sean otros, y no quienes dicen ser.

El cine de Charlie Kaufman (en este caso guionista y director, en otros tan solo guionista) sólo es comparable con lo que pergeñó antes él mismo, cuando todavía las puestas de sus guiones necesitaban actores de carne y hueso como Malkovich o Strip, para hacerlos vivir delirios enlatados, y alucinar y sorprender así a espectadores que creían asistir con mayor verosimilitud al habitual cine de Hollywood.

Kaufman, como Orson Welles en su época, pasa por ser una de las más discutibles ovejas negras del cine, cuyo destino inexorable parece ser recrear y recrearse hasta el infinito. Y con la práctica de un inocultable ejercicio de master class que enriquece sus textos al llevarlos a exhibir y discutir en escuelas de psicología, cine y animación. Es que está siempre detrás de creaciones incómodas, insatisfactorias, provocadoras y que en algo que no llegamos a percibir muy conscientemente del todo nos pone mal. Sus personajes no empatizan, pero algo nuestro tienen… ¿nuestras peores impotencias? ¿o hacen de espejo de nuestras peores sensaciones?
carlygom
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