A los creadores todo les salía muy bien: la irreverencia, la ironía en el tratamiento de los personajes del publicitado Big Brother, el extraño suceso del fin del mundo mientras los muchachos definen ser las estrellas del programa más visto, la producción y dirección del reality. Al espectador, es decir, a nosotros, nos brindaban una buena sesión de horror e irreverencia. Pero el final les pesó, cerrando con un broche dentro de la lógica del argumento, pero no dentro del verdadero pensamiento que se debe dar para bordar una historia plena.