Lo que uno puede decir de este filme se puede seguir repitiendo: Spielberg es un maestro del ritmo. Ha logrado que esta historia sea cautivadora y firme y que pasemos sobre ella con inquietud e interés. A pesar de que se pueda sentir que uno ya más o menos sabe lo que puede pasar, Spielberg mantiene a flote la fórmula narrativa que lo ha hecho un maestro del oficio fílmico. Lo que es más extraño aún es que esta película habla de espías pero no es de espionaje. A lo mucho hay una misión que cumplir, pero nada de lo otro.
Contamos, así, con un guía privilegiado para lo que sea que quiera narrarnos. Eso, por supuesto, es una virtud. Spielberg nos quiere contar aquí una historia de la Guerra Fría en la que un abogado se ve, inicialmente, forzado a defender a un espía ruso al que la CIA venía haciendo seguimientos hasta atraparlo. Luego nos cuenta, como segunda historia en la que jóvenes soldados norteamericanos son lanzados sobre el suelo enemigo con la idea de que "si son atrapados, mátense". Y de allí emprende Spielberg el camino harto conocido de hipnotizarnos con su forma de ir tejiendo la trama.