No he visto para nada en esta película el conflicto palestino, como se lee por algún lado, más que el hastío del director y protagonista por que dicho conflicto sea lo único que le interesa al mundo de Palestina. Suleiman está decidido a mostrarnos que Palestina no es solo guerra; que él, como palestino, no tiene ninguna misión divina de reivindicar su dolor por Palestina y que Palestina es mucho más que un conflicto para él: también están sus gentes, sus costumbres, sus contradicciones y, en última instancia, la capacidad de avanzar de su población gracias a la globalización.
La capa más superficial de este trabajo, que es además su hilo conductor y su gracia, es el absurdo que puede observarse en cada lugar del mundo: la desternillante idiosincrasia palestina lo noquea, pero es que también lo hace la francesa y la estadounidense.
Por último, no es que haya que tener un máster para entender esta película, pero sí hay que saber qué es la metáfora y tener el deseo de escuchar corazones y no solo palabras cuando se va al cine...