Poco se puede decir de esta obra maestra que no se haya dicho ya. De una sencillez increible, pero con un duro trabajo por detrás, esta joya es imprescindible para los que amen el buen cine. Cine pausado, sin prisa, sin efectos especiales ni giros del guión que no vienen a cuento. La historia, narrada en dos tiempos, cala profundamente en el espectador gracias a la maravillosa música y a una espectacular fotografía. El uso del color para la narración del nudo principal de la película y del blanco y negro para la presentación y el desenlace, curiosamente la parte que está narrada en el presente está hecha con toda intención.
Si se pudiera destacar algo por encima del resto sería la interpretación de Zhang Ziyi, descubrimiento del director, que para protagonizar esta película abandonó a su actriz fetiche Gong Li. En cada plano rebosa inocencia y frescura, juventud y belleza. Una auténtica joya en bruto.
Recomendable para todo tipo de público