Increíble el hecho de que tuviera esta película en la estantería de mi casa y no la haya visto hasta ahora. Casi pecado de los gordos. Porque ya se ha convertido en uno de mis pocos 10. Y eso porque es un peliculón colosal y maravilloso. Un drama románico de los que hacen mella sin hacer más que contar una simple pero preciosa historia de amor. El principio y el final rodados en blanco y negro me parecen fabulosos como metáfora de muerte y tristeza, y claro, en la historia de amor en color (muy vivo, por cierto) como sinónimo de esperanza y amor.

También decir que la película me hipnotizó como pocas; porque ver a Zhang Ziyi de esa manera es un milagro, porque no exageraría si digo que la fotografía es una de las mejores que llevo vistas, con unos primeros planos deslumbrantes y unos planos generales realmente preciosos, y porque el ritmo, sí, es lento, pero es también el adecuado. No cambiaría nada.

El guión es grandioso, es sencillo y es colosal. Y el director lo plasma en pantalla con una sencillez que desborda maestría e ingenio, porque aún sabiendo que la historia iba a salir bien (es decir, que al final acabarían juntos) no podía sentir unos nudos grandísimos en la garganta, en el estómago y en el corazón. Porque yo también me enamoré del personaje de Zhang Ziyi, de su sonrisa, de sus trenzas y de su peculiar y monísima forma de correr.

Y además hay tantas escenas inolvidables... La de la reparación del tazón, la de la tormenta de nieve, la última de todas en la escuela, cuando la protagonista de joven arregla la escuela... Son todas maravillosas, una por una, por eso es una estúpidez seguir nombrándolas: no sobra nada. El reparto es tan grandioso como el resto de la cinta... Ya sabéis... de 10. Y merece una atención especial la banda sonora, emotiva e inolvidable.

Sencilla, magistral e inolvidable. La próxima vez que la vea me propondré no llorar... creo que no podré aguantar. Obra maestra de las buenas. 9.7