Alejandro Jodorowsky plasma aquí de manera muy subjetiva y personal su versión de un western con elementos esotéricos, símbolos personales y figuras bizarras, comunes en sus películas. Estos aspectos aunque son siempre muy particulares aquí no logran tener el impacto visual de Santa Sangre y La Montaña Sagrada. En la primera se privilegia una historia y un guión más o menos coherente y realista; en la segunda el director da rienda suelta a su imaginación y sus fetiches privilegiando la estética y el mensaje de sabiduría iniciática y cabalística. En esta obra vemos un poco de las dos, y esto se hace más evidente al conocer de viva voz del director sus motivaciones e intenciones en cada escena.

Pero aunque hay cierto equilibrio entre historia y simbología, tal vez la atmósfera del lejano oeste y la ambientación propia de este género impiden que se plasme la belleza de la fascinante dirección de Jodorowski.

Es importante señalar que aunque en apariencia hay deficiencias en dirección, cada aspecto de la película está planeado y calculado por el director con mucho detalle y no hay elementos al azar.

Cada escena es para analizarse cuadro por cuadro y para apreciar cada objeto y cada frase, pero al no contar un una calidad en la fotografía que resalte esos detalles puede resultar algo tedioso para algunos que solo esperen ver grandeza visual y una historia coherente; pero fascinante para quienes quieran ver algo anticonvencional y un guión plagado de situaciones ilógicas pero con escenas y momentos que intrigan, impactan, sorprenden y hasta incomodan.

El final es intrigante y radical. No apta para públicos convencionales. Indispensable para amantes de lo experimental.