Es prácticamente inevitable escapar emocionalmente a la descarnada tristeza de una historia de los niños de la guerra, en la que ves cómo se les procura la miseria suficiente para enterrar sus vidas. De esto, en realidad, hay muchas películas, y aunque 'La tumba de las luciérnagas' tiene asegurada su diana, no apunta a las evidencias.

...

Seita y Setsuko se empeñan en crear su mundo privado al margen de la guerra, y lo emplazan en una precaria cueva a orillas de un río. La ilusión con que lo hacen te convence de que su sencillo y suficiente paraíso existe.

Seita y Setsuko contemplan el baile de luciérnagas cada noche. Tardan poco en dejar de brillar, y entonces mueren. Aunque brevemente, han hecho magia; han traído sus luces, mínimas, a la oscuridad. Las noches se tiñen de la alegría de una pequeña victoria; la de que, pese a todo, están vivos y juntos una vez más.

El espectador, en realidad, ha visto cómo empieza la película. Sabe que esa alegría es transitoria, como la luz de las luciérnagas; y es eso lo que te parte el alma. Pese a todo, sigues creyendo en que se salven. Entonces, en esta paradoja, te das cuenta de que es imposible que Setsuko y Seita, ellos mismos, intransferiblemente, no hayan existido más allá de las dos dimensiones de una cinta de animación. Y eso, en Cine, es tan mágico como que unos pequeños insectos puedan brillar en la noche.