[De crío, me hice con una considerable cantidad de cromos en los que aparecían representados una serie de dinosaurios y otros reptiles antediluvianos. Muchos niños desarrollan una eventual y casi obsesiva fijación por algo. En mi caso, fueron los saurios, a los que reconocía, nombraba y catalogaba con una asombrosa capacidad que, adulto ya, podría decir que he perdido. Asimismo dibujé a mano, en una libreta, una serie de paisajes: junglas, tundras, desiertos, sabanas, valles, montañas... El nivel de elaboración de estas geografías era paupérrimo; mi técnica era de corte escolar y el aspecto general era muy tosco. Aún así, ejecuté mi idea, que era ir pegando los diferentes cromos de dinosaurios en mis rudimentarios parajes y, observando, imaginar historias de convivencia o depredación entre estos seres, tan mágicos porque ya ni siquiera existían. Los entornos, aun precarios y poco vistosos, parecían tener vida.

Podía pasar imbuido en mis fantasías prehistóricas horas y horas, profundamente arrebatado].

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Zulueta, seguramente, no fue un gran director. No dejó una obra extensa y trabajada. Él mismo, adicto, inquieto, era un hombre polifacético; quizás, en parte, escindido de sí.

'Arrebato' tampoco es una película sólida; los desubicados despertares de sus heroinómanos personajes parecen proyectarse en la propia película confiriéndole un algo deshilvanado, indisciplinado y caótico. Hay ciertos vericuetos innecesarios en la trama, pasajes aparentemente irrelevantes, y el film, en general, no destaca por su escritura, con un uso, posiblemente, mal medido de la improvisación.

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No obstante, creo que Zulueta comprendía ejemplarmente cómo había que mirar el Cine.

Sabía de la fascinación de las primeras veces, de los comienzos; el embaucamiento de los ojos vírgenes, que acaba en una pérdida irreversible. A dicho arrebatamiento lo sustituye el razonamiento, la disertación más o menos analítica —como esta, sin ir más lejos—, las elucubraciones y especulaciones argumentativas, las valoraciones objetivas... las emociones, sí: pero algo se ha perdido.

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El esquivo y ensimismado Pedro parece haberse quedado atrapado en la búsqueda de ese arrebato perenne, prisionero voluntario del Cine. Arrastra al hastiado José Sirgado, que sabe dónde cortar el plano, pero ya no emocionarse y, como volver a ver por primera vez una película es imposible —al menos en este mundo—, Pedro se deja abducir por la cámara, e invita a Sirgado a que haga lo mismo.

De alguna manera, se hacen eternos en el arrebato, se dejan matar y mueren en el propio Cine.

Gracias.