Alemania, año no sé cuántos, un grupo de jóvenes van en bici al instituto Sieveringer, ninguno de ellos pisa una bosta de perro, día de suerte para Klaus. Comienza Die Welle, The Wave, La ola, a onda. La película más profunda del año, dirá más de un lameculos de Zapatero (posiblemente podréis encontrarle en la SGAE, de rodillas, enfrente encontraréis a un funcionario del estado, pongan al que más rabia le dé).
¿Alemania! ¿Qué te pasa! Was ist los? ¿Te has vuelto loca? En dos telediarios pasaste de ser el líder del nacionalsocialismo a aposentarte en el atril de cuclillas para producir obras como esta, o como los Edukadores, o como Napola. Tan avergonzada te sientes por haber masacrado a 20 millones de personas, que ahora intentas rematar las neuronas de los que quedamos vivos, para intentar que se nos olvide u os perdonemos. Mal hecho, me recordáis al mentiroso de turno que al ser cazado sólo balbucea excusas cuando ya ha sido juzgado en el acto.
Die Welle respira dogma, de este que apesta y mata moscas en el aire. Os enseñará el tema autocrático (algunos aprenderéis la palabra tras ver el documental, doble aprendizaje), lo veréis reflejado en una clase normalita de instituto. En cinco días los alumnos se convierten en líderes potenciales del NSDAP (la juventud siempre es muy sencilla de condicionar, pero esto será facilitado por la aparición del terminator de las ideas, la causa y la consecuencia para él no tiene secreto ¿qué no podría conseguir un profe calvo y musculado, joven y guapo, inflado por toda la empatía del mundo?
Ya que ningún país europeo tiene experiencia en esto de las dictaduras, el conocimiento se verá aumentado gradualmente tras el primer visionado, aunque os recomiendo verla varias veces, así el mensaje os llegará nítido. Las reflexiones meditadas de un par de segundos servirán para darle vidilla a vuestras reuniones gafapastas alrededor de una hoguera y para que, en los institutos de medio mundo, los niños impresionables nunca se vuelvan a comprar una camisa blanca o, en su defecto, ni se les ocurra pensar en formar parte de algún tipo de tribu urbana.
Los jóvenes que aquí vemos, por fáciles de convencer, algo que denota un espíritu falto de crítica, mejor estarían muertos de vida que haciendo el subnormal con los dibujitos, los uniformes, el saludo más patético que he visto en mi puñetera vida, siguiendo a ese profesor como si fuese el mesías de las ideas cuando les dirigía a una trampa superficial sobre el maniqueísmo de la historia, los movimientos sociales, la aparición del autoritarismo y el fin de la libertad. Así no, por favor, no hagamos que el proceso reflexivo se convierta en un concurso de escupitajos entre adolescentes.