Es difícil hacer una secuela de una de las películas más originales y divertidas de la historia del cine. Aunque la cocine el creador de aquella maravilla, siempre resulta difícil conseguir la originalidad y frescura del original.

Pero Zoolander 2 no merece los palos que se ha llevado. Es una delirante y digna secuela, trufada de cameos, alcanzando su culmen al final. Como dice un critico, no es una Mágnum, pero si una Acero azul. Porque los personajes no han perdido un ápice su estupidez e ingenuidad habitual, aunque han tratado de darles algo mas de contenido, si se puede con alguien tan hueco. No duda en repetir escenas y situaciones que vimos en la primera, quizás homenajes o quizás autoplagios, con personajes gilí** como el diseñador, o inquietantes, como Cumberbatch sin cejas. Sigue con esas bromas y lectura de un mundo de la moda que posiblemente no tiene nada que ver con el descrito, y que sea mas sórdido y abyecto que la ida de olla de Stiller.

El humor de Stiller es tremendamente personal, alejándose del humor chabacano estadounidense y acercándose a ese humor judío que tantos buenos momentos nos hizo pasar con los Hermanos Marx. Buscar en el absurdo la manera de hacernos reír es algo tremendamente inteligente, pero muy difícil de lograr. Stiller no alcanza el nivel de su primer Zoolander, pero no desmerece en absoluto.