Truffaut es uno de esos directores poseedores de adoración casi divina por los sectores gafapastienses, ya era hora de que comenzara a prestarle algo de atención, pero el comienzo no ha sido muy prometedor. Efectivamente, el mensaje que quiere transmitir queda bien claro y es tan actual como si se hubiera rodado hoy, en realidad diría que es un mensaje universal y aplicable a toda época y localización. La incultura ha sido el estandarte de la humanidad desde el inicio de su existencia, bien vista incluso, digna de pavonearse de tener poca o nula cultura, y más en nuestra inmerecida España (véase índices de audiencia de “Telemierda Entertainment”). Para ser sinceros, en la actualidad hay más cultura que nunca, proporcionalmente hablando y por posibilidad de acceso, pero la incultura continúa siendo la norma y la moda, y desde siempre los incultos han hecho mucho más ruido.

De acuerdo con que el contenido del mensaje bien. Ahora viene el continente. Si en lugar de Truffaut estuviera dirigida por mi tía la de Cuenca tendría suerte si tuviera un suficiente raspado. Ha envejecido fatal. Hay elementos que rozan el ridículo, como el camión de bomberos, más parecido al tren de la bruja, que para colmo cuando sale en marcha va a cámara rápida (el camión no iba así de rápido con los extras subidos encima para que se partieran la crisma). Lo de las motos voladoras es de traca. El rebobinar algunas escenas también es un buen recurso, por ejemplo, para hacer que una barra de parque de bomberos sirva para subir además de bajar. Ni la sobrehumana belleza de Julie Christie haría que pasa por alto cosas como esas. De nuevo Truffaut recurre al “triple primer plano mortal”, como se puede ver en “Tirad sobre el pianista” que, no voy a engañar a nadie, aunque sea una sobrada a mí me pone.

Bueno, no sé si necesitaré un pequeño descanso antes de continuar con la filmografía del francés, pero sí recomendaría poner esta película en los colegios, a lo mejor aún queda algo de esperanza.